En febrero de 1977 —justo el año en que fue galardonado con el que para muchos sigue siendo el más importante de los premios literarios de la lengua castellana, el Cervantes— el gran novelista cubano Alejo Carpentier (1904-1980) fue el invitado del periodista Joaquín Soler Serrano en uno de los más célebres programas de Televisión Española, A fondo.
Los aportes del espacio a la promoción de lo mejor de la literatura en particular, y la cultura en general, son inestimables. Por allí pasaron los titanes del gran acervo de las letras hispanoamericanas del siglo XX. Es fácil acceder a muchas de esas entrevistas en las redes sociales. Basta buscarlas en YouTube.
La de Carpentier fue una verdadera demostración de sapiencia enciclopédica y una reafirmación de una vocación de estilo. Porque los que han leído las monumentales novelas del escritor cubano —y las que no lo son tanto, más discretas en sus pretensiones— podrán identificar en la conversación del también cronista el torrente poderoso de su prosa.
Para Carpentier era importante lo que se decía… y también cómo se decía. Y ahí está la clave del éxito de sus conferencias orales, una vez que el oyente se acostumbraba a su florido acento afrancesado. El espectador interesado en los misterios y las realizaciones de la cultura latinoamericana, en sus múltiples aristas e implicaciones, no podía aburrirse con una charla de Carpentier, por más que durara.
Sin embargo, difícilmente una disertación suya sobre un tema específico se circunscribía exclusivamente a ese asunto. Eran copiosas sus digresiones, paréntesis muchas veces sorprendentes que encadenaban sucesos y personajes en lógicas apenas vislumbradas. Pero —habilidades de un maestro— regresaba al camino principal, después de haber maravillado a quien lo escuchaba con su paseo por las veredas.
Así le sucedió a Soler Serrano, y lo reconoció años después, en 2001, cuando presentó una recopilación de sus entrevistas. De Carpentier dijo: “Era un prosista lleno de suntuosidad, el más suntuoso de los escritores; era un hijo del surrealismo y se le notaba por todos los poros; inventó nada menos que la literatura barroca; tiene la gracia, tiene el genio, tiene el encanto del noble pueblo cubano”.
Convendría acercarse, cuarenta y seis años después, a esa entrevista ejemplar. Hay ideas de sorprendente frescura,