MIAMI, Estados Unidos. – Se suponía que Jorge Olivera (1961) y Nancy Alfaya (1962) serían ejemplo del “hombre nuevo” vaticinado por Ernesto Che Guevara. Individuos nacidos en la Revolución socialista, libres del pecado original de haber saboreado la manzana capitalista, listos para matar y obedecer en nombre de la utopía. Pero las hormas, en ellos, se rompieron.
Ambos pasaron la mayor parte de sus vidas en La Habana Vieja, el casco histórico de la capital cubana. Un sitio que recuerdan por la proliferación de solares, la gran mayoría en pésimas condiciones estructurales y ocupados por numerosas familias. Lares donde un día sí y otro también cae un balcón sobre los viandantes o se desploma un edificio entero con la belleza de su arquitectura ecléctica y sus misérrimos habitantes dentro.
Parte de una familia de cinco hermanos, Jorge estudió para técnico en Telecomunicaciones y, cuando tenía 19 años, lo montaron en un barco, atravesó el Atlántico, y cumplió su Servicio Militar Activo, de carácter obligatorio, en la guerra civil de Angola. Para defender el régimen socialista de Agostinho Neto, Fidel Casto envió tanques, aviones y cuerpos de jóvenes y hombres. Más de 2.000 regresaron en ataúdes.
Jorge sirvió de 1981 hasta 1983 en la jungla, y sobre esa experiencia que lo puso más de una vez al borde de la muerte, escribió dos libros, uno de narrativa titulado Antes que amanezca y otros relatos, y la colección de poesía Quemar las naves.
De vuelta en La Habana, tomó un curso de videoeditor y comenzó a trabajar para la televisión oficial. Allí estuvo por 10 años. Allí tuvo sus primeras experiencias y desencantos en relación con la censura en los medios de comunicación y el resto de las instituciones culturales castristas. Lo de la libertad ―lo vio de primera mano― era una mentira.
Dice que en ese momento pasó a vivir como un disidente, alguien que se oponía en alguna medida al sistema socialista e intentaba cambiarlo por medios pacíficos.Aunque siempre se vio a sí mismo como un defensor de la libertad de expresión, en la década de 1990 dio un paso en el vacío: se convirtió en un “disidente a cara descubierta”.
Desde marzo de 1993, se había integrado al movimiento pro-democrático, primero como secretario de divulgación y propaganda de la Confederación de Trabajadores Democráticos de Cuba. Fue una decisión consciente. Tenía claras las consecuencias a las que se exponía.
Jorge también era uno de los periodistas de la agencia de prensa independiente Habana Press, fundada en 1995 y entre las pioneras del periodismo al margen del Estado durante el castrismo. A inicios de los 2000, él mismo la dirigiría, exiliados ya en España varios de sus fundadores, entre ellos Rafael Solano, Luisa Robaina, Osmel y Maritza Lugo, Daniel Mejías y Obett Matos.
El trabajo, en el paleolítico del internet en Cuba, era artesanal. Jorge y otros reporteros desde la Isla, iban a casa de algún conocido que tuviera línea telefónica. Allí, dictaban los artículos a alguien en el exilio, que luego lo reproducía en varias webs, para facilitar la difusión internacional de la realidad cubana.
En aquel momento, además del trabajo periodístico, Jorge publicaba sus poemas en medios independientes como Revista de Cuba (2002), de la sociedad de periodistas Manuel Márquez Sterling, miembro de la red de Reporteros Sin Fronteras.
En 1997 Nancy y Jorge se cruzaron fortuitamente en el céntrico Parque de la Fraternidad. Cuando ambos se conocieron, en el año 1980, en el populoso barrio de Belén, Nancy era amiga de la hermana de Jorge. Pero algo los imantó aquel día de reencuentro.
Había pasado mucho tiempo sin que se vieran. Él, involucrado en lo que popularmente se conocía como “los Derechos Humanos” o “la gente de los Derechos Humanos”: los activistas antisistema que trataban de educar a otros ciudadanos sobre las libertades que el socialismo les arrebataba. Ella comenzaba su camino como cristiana.
Mientras Nancy compartía con Jorge las enseñanzas de La Biblia, él le hablaba sobre los pormenores del activismo antitotalitario. Cada uno se nutrió de las experiencias y conocimientos del otro. Teología y política. Verbo y acción. Lo alto y lo terrenal. Todo se entrelazaba en sus conversaciones.
Para Jorge, Dios hizo libres a los individuos y por tanto consideraba que la pasividad ante los desmanes de un régimen ateo y abusivo, no era aceptable. “Respeto la decisión que cada cual tome, sean cristianos o no. Sé que el miedo es una fiera que muchos no han logrado someter. En mi caso, pude domesticarlo con la fe y la convicción de que Dios tiene el control de qué ocurre en mi vida. Para el que cree, todo obra para bien”.
“Jorge no conocía de Dios y yo no sabía nada sobre el tema de los derechos humanos. Fue una combinación perfecta”, contó Nancy. “Nuestra unión se fortaleció en el amor a Dios y en el amor por la libertad de Cuba. Fue una etapa con enormes desafíos, pero el amor todo lo puede. Somos una sola carne, uno para el otro, hasta la eternidad”.
Ella había conocido el Evangelio gracias a su tía y su abuela, ambas adventistas del séptimo día. Las recuerda hablándoles de La Biblia, aunque en verdad solo entregó su vida a Jesús después de un terrible accidente, cuando cayó desde el primer piso de un edificio en construcción en Centro Habana. “Clamé a Dios desde el suelo, prometiendo serle fiel. Fue un milagro sobrevivir sin secuelas. El accidente ocurrió el 8 de febrero de 1994 y me bauticé el 22 de octubre”.
Comenzó a congregarse junto a su tía y su abuela en la Iglesia Adventista del Séptimo Día del municipio Cerro. Algo que recuerda vívidamente de ambas eran sus críticas al socialismo, especialmente las de su abuela contra Fidel Castro. Aunque en aquel momento Nancy no tenía idea de qué eran los derechos humanos, y desconocía la existencia de una oposición contra la dictadura, ha contado que en ella “habitaban sentimientos contestatarios a la espera de materializarse. Nunca simpaticé con el sistema dictatorial”.
Cuando su esposo se convirtió y bautizó en abril de 1998 vivió una colisión al interior de la iglesia. Jorge era ya una conocida figura disidente, especialmente por su periodismo. Un líder adventista llamado Ariel le dijo que para mantenerse en la congregación tenía que abandonar el activismo.
Las iglesias adventistas del séptimo día en Cuba pueden tomar ese tipo de medidas, denominadas desfraternización, con miembros que cometen y se mantienen viviendo en pecado, o que incumplen normas morales predicadas por la denominación. Ninguna de las dos aplicaba a Jorge.
“No sabemos exactamente cuáles fueron los verdaderos motivos detrás del ultimátum, pero no descarto la influencia o presión de la policía política. Todas las organizaciones del país, incluyendo las iglesias, están infiltradas por la Seguridad del Estado”, considera Nancy, casi 25 años después del suceso.
Aunque reconoce que no llegaron a expulsarlos, ella se indignó de tal modo con el condicionamiento que, después de expresar su rechazo apoyado en las Escrituras, comunicó al liderazgo local su decisión de no asistir más a esa iglesia. Les dijo que su mayor interés era estar inscrita en el Libro de la Vida, y que compartía las mismas ideas de su esposo.
Aquella fue la primera prueba de muchas por venir. Les esperaban años tormentosos.
Su activismo público comenzó en 2003, cuando se fundó el movimiento Damas de Blanco, un espacio donde madres, esposas y hermanas se unieron para exigir al régimen la liberación de sus parejas, hijos o hermanos, encarcelados en la ola represiva que tuvo lugar entre el 18 y el 20 de marzo de 2003, conocida como Primavera Negra.
Ante el creciente auge del movimiento opositor, y aprovechando la atención internacional sobre la guerra contra Saddam Hussein en Irak, lanzó cientos de agentes de la policía política y la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), a lo largo de todo el país y de forma sincronizada, contra opositores pacíficos, periodistas independientes, defensores de derechos humanos, bibliotecarios.
Allanaron un centenar de hogares, interrogaron a sus moradores, confiscaron sus ordenadores, fotos, máquinas de fax y de escribir. Según el castrismo, los opositores participaban en las provocaciones y actividades subversivas lideradas por el jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, James Cason. Sin embargo, la mayoría de los encarcelados no habían visitado nunca esa legación, ni mucho menos conocido al diplomático estadounidense.
Del 3 al 7 de abril de 2003, en una cadena de juicios sumarios, los procesados recibieron condenas que oscilaron entre los seis y los 30 años de prisión. Lo más duro para Jorge no fue el hecho de solo poder ver a su abogado unos ocho minutos antes de la vista oral del juicio, sino que nueve meses, casi la mitad de la condena, los pasó en una celda de aislamiento. La soledad y los maltratos no quebraron al hombre.
Dice haberse convencido de que Dios permite las pruebas como una vía para el crecimiento espiritual. “Aunque en algún momento aparezcan el desánimo y la duda eso tiene que ser algo pasajero, efímero, si en realidad confiamos en sus promesas”.
Entender el sufrimiento por seguir virtudes cristianas (digamos, la justicia y la verdad) como una vía para acercarse a Dios tiene un fuerte sentido dentro de la cristiandad.
“La esclavitud no es compatible con el mensaje redentor de las Sagradas Escrituras”, afirma Jorge. “Hemos vivido en Cuba, demasiado tiempo, bajo leyes que van contra la integridad física, mental, moral y espiritual de los seres humanos. Eso es inadmisible desde la óptica cristiana. Hay que continuar abogando por la emancipación con acciones concretas y confiando en el tiempo de Dios. En el calendario de la divinidad, la libertad de Cuba está marcada. Nunca lo dudaré”.
Décadas después, el recuerdo del presidio que gravitaba en su cabeza estaba signado por nubes de mosquitos, comida pútrida, agua de beber contaminada con fango y la visita familiar de dos horas cada tres meses.
Privado de la luz del sol y de contacto humano, sus únicas compañías eran avispas, lagartijas y las ranas durante la comida. Todo aquello disparó en su cuerpo problemas de salud que arrastraba desde la guerra en África.
El otro sostén allí fue, en sí, la unión matrimonial, signo e imagen de la alianza entre Dios y su Iglesia. Las cartas de Nancy, las esperanzas que le daba en las llamadas telefónicas, también vivificaron el espíritu de Jorge.
El hecho de que ella y otras mujeres fundaran las Damas de Blanco cambió el juego en el reclamo de libertad. “Fuimos la primera organización contestataria que logró manifestarse pacíficamente en las calles mediante diversas acciones cívicas, llamando la atención dentro y fuera de Cuba”, cuenta Nancy.
En 2005 la entidad recibi