Pocas palabras hay tan malgastadas como la palabra “amor”. En sus diversos usos, o más bien en las actitudes que lo evidencian, hay tanto de cursi como de esencial.
El amor es un tipo de relación del ser humano consigo mismo y con el mundo que lo circunda. Es un hecho cultural, político, estético, cognoscitivo, afectivo. Tiene tantas interpretaciones como visiones del mundo hay, como comportamientos individuales y colectivos se perfilen, como normas, mandatos sociales y estructuras asentadas, como aprendizajes que, más o menos conscientes, llevamos a cuestas.
Esta palabra, universo en sí misma, se presenta muchas veces en clave de binomios excluyentes: ser/tener; placer/emoción; independencia/posesión; exclusividad/amplitud; renuncia/crecimiento; límite/expansión; sacrificio/aceptación; igualdad/subordinación; dependencia/complementación; vivir/morir…
En los tiempos que corren abunda una comprensión, digamos cursi, del amor. Una suerte de conducta ideal, manualezca, repetitiva y poco flexible; estrictamente biológica y psicológica. Parece un paquete completo, con rituales y afirmaciones propias, que aparece, más que todo, como dádiva del destino.
El sentido cursi del amor es afín a la mercantilización, a la empresa, a la inversión, al contrato. Implica sujeción; pretende hacer ver definitivo lo que, por naturaleza, no lo es; subordina los contenidos del vínculo amoroso a las formas que lo moldean. Es un modo de enclaustrar la rica diversidad que somos en asimetrías de poder, homogeneizaciones y jerarquías; todo en nombre de bellos afectos.
Se simboliza en el modelo Disney, o de Hollywood, conocido también como amor romántico; tan nocivamente expandido en novelas, canciones, películas, series, poemas, a las que todas y todos hemos tenido acceso, y de las que hemos padecido alguna influencia.
Esta manifestación del amor se sustenta en preceptos como: el amor todo lo puede; la media naranja; quien bien te quiere te hará llorar; el amor a primera vista; los celos son prueba de amor; todo se perdona por amor; la pasión eterna; sin pareja no hay felicidad; sin