LA HABANA, Cuba. – Mi padre compró los yugos que ajustaron los puños de su camisa el día de su boda en alguna tienda de la calle San Rafael, en esa calle que alguna vez estuvo repleta de atractivos, y tantos eran sus atractivos que se hizo encantadora y ganó reverencias, lindos predicamentos. Mi padre compró allí sus yugos, y también el anillo de compromiso que estrenó mi madre el día de la boda.
Mi padre solía contar con entusiasmo la compra del anillo. Mi padre mencionaba el nombre de las tiendas y hacía notar los anillos que mirara en todos sus detalles. Mi padre caminó San Rafael una y mil veces, hasta conseguir el anillo con el que soñó para mi madre, y luego sofocaría su entusiasmo mirando una película.
Mi padre entró luego a alguno de los varios cines que alguna vez se levantaron en la calle San Rafael, pero no sé yo a cuál de ellos fue; pudo ser el Duplex, pudo ser el Rex, pudo ser cualquiera de aquellos cines que ya no existen, que no abren puertas aunque sigan “en pie”, porque “la procesión va por dentro”. Mi padre solía recordar, con crecido entusiasmo, aquel día de compras, y sobre todo el bulevar.
Mi padre amó al San Rafael elegante y casi francés, tan francés que hasta abandonó su pasado de calle para convertirse en bulevar, haciéndose pariente cercano del bulevar de Obispo. Mi padre contaba con fruición la armonía de los negocios que acogiera en aquellos días el bulevar de San Rafael.
Mi padre soñó con tener un negocio en esa calle, lo imaginó y hasta hizo planes, pero Fidel Castro se puso a intervenir, a sofocar negocios, y le tocó el turno a mi padre, y llegó el interventor a la tienda de mi padre, allá en Encrucijada. Fidel mandó a parar y se apropió de todas esas tiendas que lucía San Rafael. Y mi padre, como otros dueños de tiendas, se volvió empleado en su propia tienda.
San Rafael dejó de ser aquel San Rafael. El San Rafael que vino entonces, el que existe ahora, no es más que una triste calle repleta de mendicantes. San Rafael es hoy la mayor casa de menesterosos a cielo abierto que hay en Cuba.
Tirados sobre el suelo se ve a los mendicantes que solo consiguen la cobija que el cielo ofrece; lo mismo el manso cielo que el encrespado, el más feroz. San Rafael se convirtió en un bulevar del miedo, de asaltos y triquiñuelas. San Rafael es un dormitorio a cielo abierto. San Rafael, es la calle en la que peor se está, en la que más se pide.
San Rafael es ese bulevar que se abre entre el Hotel Inglaterra y el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, ese teatro que alguna vez fue el Teatro Tacón y luego el García Lorca… El bulevar, a diferencia del teatro, está siempre lleno de turistas, de turistas que toman mojitos con sorbete, mojitos que son preparados en el Hotel Inglaterra y que cuestan un ojo de la