LA HABANA, Cuba. – En los últimos meses, en medio del incremento de los delitos violentos, se han dado casos en La Habana de personas que han sido heridas con armas blancas en la calle sin que mediasen robos, rencillas u otras razones que pudieran motivar la agresión. Y no son pocos los que culpan a los abakuás de esos hechos.
Los abakuás ―una sociedad fraternal creada por esclavos de la etnia carabalí a mediados del siglo XIX en el poblado de Regla, que se extendió rápidamente por La Habana, Matanzas y Cárdenas― siempre han tenido mala fama.
El estricto código de conducta que se exigía a sus miembros, que hizo que la sociedad abakuá fuera llamada “la masonería de los negros”, no logró atenuar esa mala fama.
Durante la Colonia y luego en la República, debido al carácter secreto de la asociación fraternal y a los prejuicios racistas, se tejió una leyenda siniestra en torno a los ñáñigos ―como eran llamados despectivamente los abakuás―, a quienes llegaron a culpar del robo de niños para sacrificios rituales, entre otras disparatadas acusaciones.
Luego de 1959, la leyenda mala se mantuvo, con variaciones de signo ideológico. El régimen revolucionario, al dar por abolida de un plumazo la discriminación racial, intentó borrar a los abakuás junto a todo vestigio de la identidad negra (máxime si era de resistencia), confinándola a los estrechos límites del folklore.
Los abakuás fueron vinculados por las autoridades comunistas a la marginalidad y el delito. Baste recordar lo que escribían sobre ellos los plumíferos del marxismo-leninismo castrista en las décadas de 1960 y 1970 en las revistas Moncada (del Ministerio del Interior) y El Militante Comunista.
En realidad, los prejuicios raciales, que decían haber eliminado, se mantenían, complementados por el ateísmo de Estado vigente en las primeras décadas del régimen castrista, que consideraba “atraso e ignorancia” a las religiones de origen africano.
Hace solo unos pocos años, dándole otra vuelta más al círculo vicioso del racismo que el régimen niega denodadamente, hubo casos en que ser abakuá fue usado como agravante para la aplicación de la Ley de Peligrosidad Social Pre-Delictiva.
No obstante los prejuicios y la mala fama, los abakuás han dejado su huella en la música, la danza, las artes plásticas, la literatura y el habla popular de los cubanos. Destacados músicos como Brindis de Salas, Miguel Faílde, Ignacio Piñeiro y Chano Pozo, el pelotero Martín Dihigo y el líder sindical Aracelio Iglesias, nunca ocultaron su condición de abakuás.
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