El cine y la corrección política no se llevan demasiado bien, lo que no significa que no puedan hacerlo.
El problema no es tanto del uno o de la otra como del extremismo, que se cuela dondequiera. Por ejemplo, gracias al cine los monstruos son cada vez mejores personas. El chimpancé César de Rise of the planet of the apes (Rupert Wyatt, 2011) y las entregas posteriores de la franquicia, es un estadista que, si se postulase como presidente de la ONU y todos pudiéramos ejercer nuestro voto al respecto, desde luego contaría con el mío. Las últimas versiones de Godzilla y King Kong muestran a criaturas buenas y familiares enfrentando a otras desconocidas y hostiles. En la Godzilla de Gareth Edwards (2014) aprendemos que, si sale del mar un lagarto bípedo de decenas de metros de altura y se aproxima a nuestra ciudad rugiendo como un león con hemorroides, no hay que alarmarse, pues quién quita que venga a defendernos de algo peor. Y reincide: en Godzilla: King of the monsters (Michael Dougherty, 2019), nuestro benefactor derrota a Ghidora, un dragón tricéfalo y extraterrestre; en Godzilla vs. Kong (Adam Wingard, 2021) ambos titanes establecen una alianza para enfrentar a un cierto Mechagodzilla que nos amenaza. Ah, y la Tierra es hueca.
Es bastante lógico. Los realizadores saben que ya el público conoce a esos monstruos, que creció con ellos —aunque no tanto como ellos— de manera que su presencia en pantalla no le tomará por sorpresa, como tampoco le impresionará gran cosa el verismo de las CGI: si en los años treinta o cuarenta era legítima la pregunta «¿cómo se las arreglarán para construir un mono gigante? ¿Será una maqueta, un actor disfrazado, animación por stop motion o tradicional?», ahora se sabe que con las técnicas digitales todo es posible, y el mono solo será más realista o se enfrentará a enemigos más encarnizados, pero seguirá siendo eso, el mismo gran mono de toda la vida, con malas pulgas y un corazoncito sensible. Entonces, de lo que se trata es de darle un giro a las motivaciones y la personalidad del simio, de hacerlo duro pero simpático: lo mismo, en una palabra, que se ha intentado sin éxito con Stallone.
Por otra parte, hace ochenta, sesenta años, los derechos de los animales no preocupaban a mucha gente. El planeta no estaba tan jodido como ahora, las mujeres se vanagloriaban de poseer abrigos y accesorios de piel auténtica, un cazador que marchaba a África a matar leones y rinocerontes era un deportista y no un maniático. Y el racismo estaba normalizado: en la literatura y el cine los chinos eran pelig