Mi bisabuela vino a conocer el mar cuando era ya una mujer octogenaria. Jamás necesitó de él porque no imaginó nunca cómo era. No le hacían falta la brisa ni el oleaje ni el olor a salitre. Su vida fue criar hijos y animales, ayudar al marido a echar alante la finquita, vigilar la yunta de bueyes, conducir los chivos al corral… Trabajar. No conoció la luz eléctrica hasta mucho tiempo después de tener descendencia. Estudiar no fue su sueño. Su prioridad era sobrevivir y así subsistió durante casi toda su vida. Nunca le he preguntado si alguna vez quiso vivir mejor.
Sobrevivir es el ícono hoy de nuestra resistencia. Pero la palabra no va más allá de «vivir con escasos medios o en condiciones adversas»; mientras que resistir es, «tolerar, aguantar o sufrir». Cuando hay una infección, el organismo se enfoca en combatirla, en resistir para sobrevivir. «Olvida» otras ciertas prioridades. La sociedad también es un organismo vivo, que siente y responde a los estímulos. Para muchos resulta difícil crear o soñar (que no «inventar») bajo una situación que impone primero vivir para contarlo.
Sobrevivir es andar por la vida con lo mínimo, hacerlo al día, sin mucho proyecto ni plan de fu