A lo largo del proceso revolucionario iniciado en 1959, las dinámicas sociales han estado enmarcadas lógicamente en contextos epocales definidos, que han sido periodizados por diferentes autores y de acuerdo a distintos criterios.
Más allá de los movimientos provisionales, espontáneos, o los mayormente institucionalizados, un conjunto de procesos generó diversos estadios de identidad y compromiso social en amplios sectores de la población.
Esto se produjo bajo el predominio de uno u otro dirigente conductor del proceso, la existencia o no de un sistema global de cierta caracterización socialista progresiva y la inserción del país en esos espacios.
Algunos antecedentes
Desde la mística inicial de la revolución en el poder, después de la victoria de las fuerzas rebeldes, sus medidas sociales, la relevancia de la personalidad de Fidel Castro (1926-2016), sus ideales sociales proclamados y su telúrica capacidad movilizadora, se fue conformando un sentido social mayoritario de identidad revolucionaria. Esto a pesar de la oposición de algunos sectores económicos y políticos vinculados a las anteriores élites nacionales, o con posicionamientos políticos contrarios a los emergentes.
La existencia de un “campo socialista” de integración y apoyo, en plenitud de perspectivas posibles de desarrollo, afirmó la nueva institucionalidad del Estado, el Partido y sus organizaciones de masas, lo cual planteaba como expectativa otra forma socializadora del quehacer sociopolítico, diferente a la politiquería y corrupción manifiestas en períodos anteriores y a la ficción de una democracia representativa que nunca fue.
No obstante, la institucionalización progresiva del proceso se movió entre las decisiones del aparato estatal-partidista y la dinámica de su consideración acerca de las necesidades populares, de acuerdo a las visiones predominantes de la Dirección política en cada momento.
La perspectiva, en el imaginario social, del socialismo mundial triunfante y sus apoyos a nuestro país, parecía dar unas opciones permanentes de desarrollo autóctono con justicia social, articulado a la división internacional del trabajo entre los países socialistas.
De hecho, el país quedó dependiendo de un subsidio socioeconómico, subterráneo a la percepción social imperante de promoción de una colaboración justa y solidaria entre países con diferente grado de desarrollo. Ello parecía garantizar, de manera permanente, el desarrollo gradual del país, a través de planes quinquenales ajustados al sistema socio-económico-político implementado.
Con ello las medidas persistentes de bloqueo norteamericano (1962), quedaban prácticamente reducidas al mínimo.
Las imprevisiones
De modo que el mundo diseñado, a manera de un desarrollo progresivo lineal –frente a las opciones imperialistas y neoliberales existentes–, fue apropiado de manera relativamente acrítica, a pesar de las innovaciones nacionales instauradas muchas veces atribuidas a la capacidad de liderazgo nacional, y en ciertas ocasiones, por encima de observaciones críticas fundamentadas de algunos sectores de la población, la Dirección del país o la academia.
La necesaria institucionalización fue configurando sectores de poder burocratizado –ajeno a las visiones críticas positivas–, de manera que los procesos sociales emergentes desde la época inicial fueron formalizando y delineando un discurso impermeable a la corrección ciudadana de enfoques, conceptualizaciones y políticas públicas que luego nos pasarían la cuenta.
El poder burocrático –en su apariencia de institucionalidad estatal eficiente–, unido a la falta de una visión crítica realista acerca de las deficiencias del “socialismo real”– en alguna medida modélico para el país a pesar de sus novedades internas- pudieron lastrar las posibles opciones de desarrollo autóctono a través de diferentes políticas y vías de construcción socialista no suficientemente exploradas y perfiladas.
Unido esto a la visión de “permanencia eterna del campo socialista” dador de apoyos –a pesar de las propias palabras proféticas de Fidel Castro acerca de los peligros inminentes a fines de los 80– relegó a lo imposible la desaparición de un socialismo progresivo como sistema mundial.
Los impactos y las adecuaciones
La caída del campo socialista recolocó la perspectiva del desarrollo socialista nacional, de manera abrupta, a través del llamado período especial, en los años 90 del pasado siglo, que requirió de medidas de ajuste con improvisaciones no previstas en el modelo de sociedad anteriormente presente.
Nuevas modelaciones de la sociedad –lineamientos, conceptualización, reforma económico social, nueva Constitución, entre muchas otras medidas han tratado de reformular las estructuras institucionales –sobre todo socioeconómicas y de gobierno territorial- de acuerdo a necesidades y perspectivas de los nuevos tiempos.
Todo ello en medio de medidas de sanciones y bloqueos arreciados y la emergencia de un mundo unipolar y predominantemente de relaciones económicas capitalistas –más allá de la reforma de sistemas sociopolíticos en el anterior campo socialista: unos de socialismo con mercado y otros francamente capitalistas liberales.
No obstante, los cambios introducidos con la emergencia de nuevos actores socioeconómicos: primero cuentapropistas y luego pequeñas y medianas empresas (mipymes) –y hasta grandes negocios capitalistas–, las posibles proyecciones de reformas sobre la empresa estatal “socialista”, aducen contradicciones o carencia de visión integral articuladora en función de fines socialistas efectivos:
Primero, han tardado muchos años desde la caída del campo socialista en la década de los 90 del pasado siglo XX; segundo, han sido establecidas a ritmo lento y fragmentado; tercero, han tenido presentaciones y retrocesos, contradicciones (trabas) y discordia en los posicionamientos fundamentales desde la Dirección del país –algo sólo deducible–, sin transparencia y consenso ciudadano real.
Ante las insuficiencia