Cuando Amelia Calzadilla aterrizó en Madrid con sus tres hijos un día de noviembre, no solo había vencido el miedo a volar, también se había despedido de un lugar del que no quería irse. El día que abandonó Cuba, la Seguridad del Estado se cercioró de que, en efecto, se fuera.
En enero de 2021, la cubana de 32 años comenzó a hacer directas en Facebook como vía de denuncia y para emplazar al Gobierno cubano por su mala gestión. En una de las transmisiones asegura: «mi postura política es ser madre», frase que como muchas de sus directas se hizo viral. Comenzó por denunciar el alto costo de la electricidad y los obstáculos para acceder al servicio de gas licuado. Mientras «explotaba» en redes sociales, su discurso conectaba con la realidad de otras madres cubanas.
Nueve veces intentó la madre de Amelia salir embarazada y la única gestación que logró llevar a término fue la de esa muchacha que estudió en la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana y en la que la población cubana encontró una voz cercana y audaz en medio de la apatía política.
El último día en Cuba
Días antes de la salida Amelia recuerda que en su casa vivían en un permanente desorden. Ella se tomó el tiempo de pasar largas horas con su abuela, otras con su amiga y su prima y siempre acompañada de su mamá y su papá. La estrategia de despedida pretendía evitar que el último día alguien fuera a visitarlos. No lo logró.
El día de abandonar Cuba, la casa se llenó. Las maletas fueron hechas a último momento y en medio del caos había algo de alegría y paz. Sin embargo, su madre no hablaba. El silencio es síntoma de preocupación en su familia. Amelia, con la rigidez de un general, se repetía «no voy a llorar, no voy a llorar». Quería que los suyos se quedaran con la sensación de que se marchaba contenta.
El padre fue el primero en romper la tensión escondida tras la calma aparente. Le dijo: «sé que vas para una vida mejor». Poco a poco las corazas comenzaron a caer. En el abrazo final sus niñas ―María Amelia, de nueve años, y Amanda, de siete― se contagiaron con las lágrimas de los adultos. No valió la promesa del paseo en avión ni la casa nueva. Con ellas, Amelia también se rompía.
Su suegro, para aliviar la tristeza del momento, les pidió a los niños que gritaran «Amelia, canalla, acuérdate de mi talla».
«Era una frase completamente absurda y propia de cubanos, pero eso ―aunque parezca increíble― funcionó», asegura mientras no deja de llorar sentada en la sala de su nuevo hogar, a las afueras de Madrid. Ese momento le permitió reunir fuerzas para ordenar a sus hijos que se montaran en el carro, cerrar la puerta y no mirar atrás. La sola referencia a la talla de ropa de un familiar significó para Amelia el impulso de que un día podría ayudar a mejorar la vida de sus seres queridos y, para eso, necesitaba irse.
Tal era su preocupación por lo que dejaba atrás que días antes había comprado un pedacito de carne, otro de carnero, un poco de huevos y picadillo para que sus padres no tuvieran que salir a la calle a «luchar» la comida como ella hacía a diario.
«No deberías irte pensando que estás buscando seguridad, estabilidad, libertad. Eso no le debería pasar a nadie», protesta con ahínco. La migración sin frenos de los cubanos alerta la gravedad de las condiciones del país. Cuba ocupó el tercer puesto de solicitantes de refugio en México al cierre de noviembre de 2023, con 17 686 peticiones ante la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado (COMAR).
Cuando Amelia llegó al Aeropuerto Internacional «José Martí», la Seguridad del Estado la esperaba. No iban vestidas de militares, pero eran las mismas personas que la habían detenido el 24 de junio de 2023, tras haberse solidarizado en una directa con el derecho a verlo de la esposa del preso político José Daniel Ferrer. Pensó que querían intimidarla o hacerla firmar algún documento que le impidiera regresar. Todo lo contrario, estaban ahí para agilizar su salida, quizá con la intención de asegurarse de que se iba y que la gente no la reconociera.
En un vuelo numeroso repleto de familias con niños, incluso bebés, que también abandonaron Cuba ese día, la Seguridad del Estado sacó a Amelia con sus tres niños y cuatro maletas de la fila y procuró que pasaran rápido por todos los controles.
Ella pensó: «en casa me prohibí llorar, ahora me toca prohibirme sentir temor». Temía que le hicieran un acto de repudio o un escándalo, que la detuvieran delante de sus hijos, que cualquier episodio de ese tipo los traumatizara.
Recordó a la activista Marisol Peña Cobas, cuya hija de siete años recibió una citación para un interrogatorio en abril de 2023. ¿Por qué no harían lo mismo con los suyos? Pero nada de eso sucedió y, cuando el vuelo despegó, los niños se durmieron y ella, una vez más, se encomendó a Dios.
España, primeras impresiones
Cuando el funcionario de Inmigración del Aeropuerto «Adolfo Suárez» de Madrid la trató con amabilidad, le hizo escasas preguntas y le deseó una feliz estancia en España, Amelia pensó que ese hombre no era real y sintió que había llegado a un refugio.
Aunque era un día frío, el sol le pareció despampanante, como un gran bombillo amarillo que no calienta.
Amelia junto a su esposo. Foto: Henry Pérez.
Las primeras dos semanas el cambio de clima la enfermó, perdió la voz. Su niño más pequeño, de cuatro años, tampoco se ha adaptado a las bajas temperaturas. Por momentos se ha puesto cianótico por el frío y se le han resecado mucho los labios.
Lo llevaron al hospital por los constantes vómitos. El diagnóstico indicó que no estaba bien nutrido