LA HABANA, Cuba. — Según lo expuesto por el gobernante Miguel Díaz-Canel durante la clausura de la segunda sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su décima legislatura, los cubanos, el primero de enero, debemos celebrar con júbilo “65 años de soberanía, independencia y libertad”. Para sentir esa alegría por “lo conquistado a partir de 1959”, tendríamos entonces que hacer enormes malabares mentales hasta llegar a un estado de delirium tremens.
Para el mandatario, la soberanía consiste en mendigar y recibir todo lo que sea posible sin costo alguno y sin producir, volando siempre hacia donde sople el viento, preferentemente si viene de la izquierda; y la libertad es el derecho a gritar ¡viva la revolución!, ¡abajo el imperialismo! y ¡patria o muerte, venceremos!
Las efusivas expresiones triunfalistas del presidente “puesto a dedo” parecen un mal chiste. Con su euforia quiere ocultar la ineficiencia, la corrupción y otros devaneos de los más altos funcionarios del régimen.
¿De qué soberanía se puede hablar un país que tiene