Muchachón
¿Mi hijo? Verdad que hace un montón de años que no lo ves. Está grandísimo, mide como uno noventa y cinco. Ya no es el niño aquel que cogía las lagartijas, las clavaba vivas a su chivichana y las abría con un bisturí para gozar con su agonía. Ha madurado mucho desde que entró en la Seguridad del Estado, ese lugar donde hay que hacerlo todo en silencio y ocultamente para que las cosas se logren y las sabandijas confiesen.
Está ganando cantidad. Yo pensé que mi papá iba a ser el único millonario de la familia desde aquella vez que lo declararon como tal en la zafra del setenta, pero a este muchachón mío le pagan un salario altísimo, y lo de menos es eso: le otorgaron carro, casa, celular petrolero y vacaciones garantizadas para el familión, todos los años conozco un lugar distinto. Y por cada hazaña que realiza —él es súper serio en su labor—, los estímulos llueven. El otro día detuvo a un tipo muy peligroso que se la da de criticón y lo premiaron con un paquete de pollo. Yo le pido a cada rato que baje la guardia, porque tengo el congelador lleno.
No creas, es un trabajo desagradecido. La gente no calibra lo que significa que personas como mi descendiente velen por la seguridad y el estado de nuestras almas. La calle está llena de gente mala, mi amiga, los ves en la bodega quejándose de los mandados sin pensar en el sacrificio de los que se desviven por garantizarlos y por asegurarle al Minint el plus que reciben los combatientes por su entrega. Ay, claro, ¿tú crees que a mí me alcanzaría con el azúcar y el arroz que dan por la canasta?
Sí, perdóname, no mencioné la ayuda que tú me brindas desde allá. Pero, por tu madre, que nunca se sepa eso, sigue mandándome las cositas a través de nuestra amiga, mira que a la gente de Villa Marista le tienen un gardeo terrible con eso, capaz de que mi hijo la coja con los gatos si se entera de la comunicac