MIAMI, Estados Unidos. – Ruperto es “el suertudo” que se libró de los terribles años 90 porque estaba en coma, y que al despertar de su letargo enseguida aprendió que lo importante no era el salario sino “la búsqueda”. Es también el cuentero que persigue a Cachita y que, aunque asegura que tiene a las mujeres “a pululu”, no logra avances concretos. Él, como Cuba, da un paso adelante seguido de dos para atrás. Esto probablemente todos los cubanos lo sepan.
Lo que es menos conocido es que antes de ser Ruperto, Omar Franco fue un ingeniero que tiró su título y en pleno Período Especial le dijo a su familia que iba a trabajar como actor, un empleo peor pagado. Y, sin más estudios que un libro de métodos de actuación que leía por su cuenta, empezó en el teatro bajo la dirección de Armando Suárez. Después vino el cine, filmó más de 10 películas, le dieron un premio en Nueva York, las oportunidades de trabajo no faltaban. Omar Franco conoció el éxito total como actor, ya fuera en la comedia o el drama. Podríamos decir que le iba bien, pero el 12 de julio de 2021 le dijo a su esposa que no podían seguir en Cuba.
―Cuéntanos sobre tu infancia, sobre tu familia, el barrio en que naciste…
―Nací en el hospital Hijas de Galicia el 17 de mayo de 1965. Crecí con mi familia en Santo Suárez, en un hogar pobre, junto a mis hermanos y mis padres que eran originalmente de Villa Clara. Éramos seis en un apartamento de dos dormitorios. Para acomodarnos, mi papá tuvo que poner literas, pues los cuatro hermanos (Orestes, Omar, Olga, Onelis) compartíamos un cuarto. Recuerdo muchas carencias: jamás tuvimos pijamas, usamos ropa zurcida pero limpia, y el primer televisor lo disfruté a los 18 años. Nos entreteníamos con juegos de mesa.
Pese a tantas limitaciones, a mis padres les agradezco los valores que me enseñaron. Aunque no eran personas cultas, nos inculcaron los mejores modales y principios. Mi papá se levantaba cada día para ir a trabajar a la Antillana de Acero, mientras mami se quedaba a cargo de las labores de la casa. Era una hormiguita que no paraba y, como la típica madre cubana, se comía el ala del pollo con tal de que sus hijos tuvieran algo mejor.
A mi mamá la perdí hace 20 años y a mi papá más recientemente; ya estaba en Estados Unidos cuando murió.
―¿Qué pasa en la CUJAE? ¿Por qué salen tantos humoristas de ahí?
―Eso llama la atención porque, como es una universidad de ciencias técnicas, parece desconectada de las letras; y el humor descansa en la palabra. Aun así, tenía más fuerza la CUJAE en los espacios de humor para artistas aficionados, que la Universidad de La Habana, por ejemplo.
La CUJAE ha sido un nido de humoristas talentosos. Por solo citar unos nombres: dos años encima de mí estaban estudiando Alexis Valdés y Ulises Toirac. En ese centro de estudios empecé yo con Los Hepáticos, junto a Otto Ortiz, Carlos Vázquez, Luis Simpson y José Téllez.
El salto lo dimos en 1987. Fue entonces que Virulo, con el Conjunto Nacional de Espectáculos, nos vio como una buena opción. Honestamente no hicimos quedar mal a quienes nos seleccionaron. Ahí estuve cinco años hasta que en 1992 opté por irme al teatro dramático. Pasé los siguientes tres años en el grupo de Armando Suárez que se llamaba Proyecto Teatro 21. Imagina que compartía escena con René de la Cruz y Luis Alberto García, padres. También empezaba Roberto Perdomo en esos años. Era un buen piquete.
No estudié Actuación, pero tenía un librito de métodos de interpretación de Stanislavski bajo mi almohada y lo leía por mi cuenta para sobrellevar el reto de estar al lado de actores tan buenos.
Me arriesgué y dejé la Ingeniería porque me interesaba otro mundo. Eso fue una decisión a contracorriente. En pleno año 92 los ingenieros buscaban trabajos lucrativos y yo me fui para un empleo donde ganaba menos. Pero no me arrepiento en lo absoluto.
―Con tantos años en pantalla es casi imposible que un cubano no sepa quién eres. Nárrame alguna anécdota de un encuentro con un admirador.
―Aquí en Miami, estando en el canal Univista, preparaba un personaje nuevo que se llamaba Asensio y trabajaba en los ascensores. Entonces fui a buscar ropa adecuada. Estaba en la tienda y en mis manos llevaba un casco con un overol, cuando siento la mirada de un cubano que también estaba comprando, pero no dejaba de observarme como pensando “el artista debe estar muy escachado”. Se veía que era un cubano, como yo, recién llegado, del piquete de “los empercudidos”.
Se me acerca, saluda y me dice que la cosa está dura. Entonces para divertirme un rato le contesté que sí y me tomé la foto que me pidieron mostrando el casco como si estuviese trabajando en la construcción, un trabajo digno, por supuesto; pero lo que me divertía era seguirle la corriente.
―Se dice que Miami es el cementerio profesional para muchos artistas cubanos. ¿Cuál ha sido tu experiencia?
―Mi experiencia no va por ahí. El diabólico Departamento Ideológico [del Partido Comunista] de Cuba crea muchos eslóganes para demonizar a Estados Unidos. Bueno, esa gente gana un salario por desprestigiar a los artistas cubanos y están obsesionados con Miami.
Realmente casi ningún artista de otro país, al emigrar a otra cultura, puede lograr insertarse con éxito. ¿Cuánta gente extranjera triunfa en otro país?
Aquí tenemos Hollywood, que es una academia muy fuerte donde hay un sindicato. Meterse ahí cuesta mucho trabajo. Sin embargo, en lo personal me ha ido bien. Tenemos una comunidad cubana muy grande y he logrado hacer mi trabajo con cierta dignidad. He podido vivir de la actuación, haciendo humor. Además, este año he tenido dos propuestas de cine: un protagónico y un coprotagónico. Tengo los guiones en la casa de dos muchachos jóvenes que están consiguiendo los fondos para sus proyectos.
Sobre eso del cementerio te digo más: la vida es una compensación. En los últimos años me iba bien en Cuba. Tenía bastante trabajo, pero hay que pensar en la familia y mi hijo vivía acá. Con el ego hay que sentarse a conversar, decirle “refresca”, y bajarlo.
Esos artistas cubanos que están aquí tienen planificación. Hasta el año que viene saben qué van a hacer con su vida y hay artistas en Cuba que no saben cómo van a pasar el fin de año.
Lo otro es que he estado viendo el humor que se está haciendo ahora en la Isla en escena y me ha parecido muy ligero, ordinario, patético. No veo posibilidades de que surja un movimiento de comedia de pensamiento más profundo, y el régimen no lo va a permitir.
―En cuanto a la censura en el humor en Cuba, ¿ha estado presente de la misma manera a lo largo de los años? ¿O ha cambiado de alguna manera?
―Tengo la dicha de haber estado trabajando en muchos espacios de humor, que es el género que más ha criticado la situación. Y no es de ahora, desde los primeros años algunos humoristas se atrevieron a decir algunas cosas. Recordemos a Enrique Arredondo y su chiste de usar los muñequitos rusos como castigo. Después en Sabadazo era una osadía hacer un chiste con el hecho de emigrar en los años 90, algo que puede parecer absurdo en otros países.
Finalmente llega Vivir del cuento, que ha sido un espacio ingenioso, pero también ha cambiado el contexto y ahora están las redes sociales. Hay cosas que ya no puedes tapar porque existen y las estamos viendo. Antes los cubanos vivíamos en un campamento. Fidel decía a las 12:00 “bajen el catao” y hasta el otro día. Tú no veías nada.
Vivir del cuento se ha convertido en un referente de lo que se ha logrado decir con el humor. Sin embargo, detrás de esos programas hubo discusiones con los asesores de hasta dónde se podía llegar, porque era un programa muy monitoreado.
Te pongo un ejemplo: el 11 de julio es una zona muerta en el humor. Ni se te ocurra hacer un chiste con “Julio, el que vive en el piso 11”.
Les cuento una anécdota: entré a Vivir del cuento en 2014 con Cachita [Irela Bravo] y el texto de Ruperto siempre era que ella “se va”. Luego en 2018 ocurre el cambio de Raúl por este personaje que ha resultado ser un títere [Miguel Díaz-Canel] y no querían que el programa usara el parlamento de “se va” porque podría parecer que nos estábamos refiriendo a Raúl Castro.
Querían quitar una frase que había usado por años y tod