Se aproxima la Jornada del Maestro y este año no tendrá la feliz connotación de otros, al menos para mí. Este es el primer curso en que no he sido profesora en ejercicio y como maestra —e hija de una familia de maestros—, he visto el deterioro gradual de la educación en Cuba. Eso me inquieta en grado sumo.
Sostengo, casi milito la idea de que la educación es el acto civilizatorio por excelencia. Cualquier sociedad organizada que se precie de serlo debe desarrollar instituciones y plataformas educativas, y estas dependen a su vez de la formación y permanencia del personal docente que en ellas labore.
Quien ejerce la docencia es un creador de ciudadanía, debe estar bien informado de los fundamentos y adelantos en las ciencias, la política y el entorno social, para ponerlos al servicio del continuo aprendizaje y el desarrollo de los sentimientos, habilidades y aptitudes de sus educandos.
Puede decirse, además, que esta persona es un pilar básico en la reproducción de la humanidad, porque su accionar influye en el devenir histórico, económico, cultural y social de un país y del planeta, al contribuir desde su labor a formar a quienes con su trabajo, colaboración y accionar creativo, permitirán el desarrollo de la sociedad en todos sus órdenes.
Por tanto, pararse frente a un aula debería implicar tener respuesta a los retos que la humanidad afronta, como son la diversidad, la inclusión, los conflictos que inciden directamente en la supervivencia y la necesidad de potenciar personas capaces de adaptarse a nuevas realidades o condiciones difíciles sin perder su responsabilidad con el medio ambiente y con los demás.
Citando a Bertrand Russell, filósofo, matemático y maestro británico, de su obra Educación y orden social (1932), puede decirse que «El maestro es un artífice, un artífice como cualquier obrero o profesional de las ciencias, las letras o las artes. Pero trabaja con una materia infinitamente más compleja que madera o metal, una materia que evoluciona, crece en todas direcciones, se ramifica y reta a las más complejas formaciones de la naturaleza en versatilidad, poder y dinamismo, esta materia es el hombre. Y el maestro está sometido al desafío constante de encontrar, construir y fundamentar nuevas maneras de hacer a un hombre, formas que deben responder a las necesidades de este hombre, a sus características, a su entorno. El maestro, como artífice que crea con una materia que evoluciona, debe evolucionar, crecer al mismo ritmo o más rápido, autocontruirse a sí mismo en el arte de hacer seres humanos»
Los desafíos de la profesión docente
En Cuba, y en la mayoría de los países del continente y del mundo, la educación pública, la de más alcance poblacional, ha sido históricamente uno de los sectores profesionales más precarizados y cuestionados, aun cuando se reconozca su importancia en el discurso de los Estados y en el imaginario de la población.
El profesional de la educación que permanece en la enseñanza pública, aun contando con derechos laborales básicos, suele quedar en los niveles de medio a bajo de la escala salarial y con una carga laboral tan extrema que no cuenta con posibilidades de aumentar su ingreso realizando otros trabajos.
En un contexto de precarización general termina por ser de los profesionales más empobrecidos, a los que más se les exige y menos se les reconoce y acompaña. Agréguese a ello que es un sector notablemente feminizado, sobre todo en los niveles iniciales, preescolar y primario, con todo lo que ello implica en cuanto a carga mental y física de trabajo no remunerado. El estrés y la presión que presupone el ejercicio del magisterio son tan altos o más que en otras profesiones que suelen ser mucho más apreciadas social y monetariamente.
La preparación es uno de los retos del ejercicio magisterial. Los docentes necesitan constante estudio no solo de los contenidos que imparten, sino de la teoría pedagógica, psicológica y didáctica, de sus avances, de las nuevas vías de instrucción y de las dinámicas contextuales en los grupos de origen de