Amanecía 1961. No lo sabíamos todavía, pero estábamos entrando en un año decisivo. En Nueva York, con el rostro aún tumefacto al cabo de una serie de operaciones, de súbito me llegó la noticia. Estados Unidos había roto las relaciones diplomáticas con Cuba. Aceleré los trámites de regreso. Al llegar a La Habana me encontré con un paisaje sorprendente. El país estaba sobre las armas. La guardia miliciana reforzaba los puntos estratégicos. Había emplazamientos artilleros en el Hotel Nacional y los milicianos aseguraban la vigilancia en los edificios más altos de la ciudad.