La lógica de estos tiempos no falla. No existe torneo internacional de béisbol en el que participe Cuba y no ocurran dos cosas: otro fracaso y una fuga. Es una ciencia exacta, un cálculo preciso, una verdad de libro. El Pre-Mundial Sub-23 de pelota no fue la excepción, no podía serlo cuando nada ha cambiado en la isla.
Antes de subirse al vuelo de Conviasa que los llevaría a la capital nicaragüense, como dicta la norma, los peloteros cubanos recibieron su dosis de politiquería barata en el abanderamiento. Allí prometieron —de «dientes para afuera»— cumplir con la Revolución y, por supuesto, darle al pueblo «ese merecido alegrón». El «alegrón» de todas las competiciones foráneas y que nunca llega.
Eddy Cajigal, el mentor del equipo, afirmaba que el propósito era conseguir uno de los cuatro cupos que ofrece el torneo para el Campeonato Mundial de la categoría que se realizará en China el próximo año. Habló de «compromisos» y de la intención de «luchar por una medalla».
«Nosotros tenemos como propósito fundamental el boleto para la Copa del Mundo. Sin embargo, cubanos al fin, la mente siempre estará en el oro. Sería un gran regalo para la afición y [para] nuestro béisbol», dijo Cajigal al diario Juventud Rebelde antes de partir a Nicaragua.
El mánager aseguró que sus bateadores estaban acostumbrados a lanzadores de «mayor calidad» en la Liga Élite cubana y que, por lo tanto, el torneo Sub-23 debía ser «pan comido». Como ven, alguien se cree en serio que la liguilla llamada «de élite» reúne algo sobresaliente dentro de la disciplina en la isla.
¿Cómo se prepara un mánager cubano antes de un torneo elim