La ceremonia de apertura de los I Juegos del Caribe de Guadalupe 2022 dejó claro que el mar que baña las islas caribeñas no las divide en montones de tierra firme, sino que las une a fuerza de tradición y espíritu.
El ADN identitario de las colonizaciones, su sello perenne que es el lenguaje, y alguna costumbre heredada, no pueden con el idioma de la alegría y la confraternización, y eso se vio en la fusión de todos los atletas en una sola masa heterogénea, bailando sobre la pista del estadio René Serge Navajoth.
La música y la danza gestaron la armónica unión en la cual se perdieron orgánicamente los límites que correspondían a cada bandera, como si el gesto simbólico de la permeabilidad de las fronteras hubiera sido premeditado.
La música hizo del Caribe un mismo bloque compacto, plural, pero único. El Woulé se escuchó y se coreó enérgicamente por los más de 5 000 espectadores que ocuparon el estadio, arrollemos cantaba en creol el conjunto folclórico Akiyo, las mismas notas que auparon el sentimiento independentista de Francia que desbocó en el fallido referéndum para tomar independencia.
Minutos antes se cantaba en perfecto francés La Marsellesa y la bandera francesa encabezaba la delegación local, la afición coreó igualmente una canción y la otra.
Todos bailaban y cantaban, incluso debajo de la lluvia que apareció sin ser invitada para retrasar el comienzo del espectáculo y además para refrescar el clima intensamente caluroso.
Por la pista pasó la delegación cubana, entre la algarabía y la emoción, nutrida como la que más, entre ovaciones, desbordando alegría al ritmo de Alexander Abreu explicando lo que es sentirse cubano en tiempo de son.
Las danzas se sucedieron antes y después del protocolo y los discursos de Thomas Bach, presidente del COI, enviado en un video; y el de Brian Lewis dejando inaugurado los juegos.
El humo de los inciensos de varios colores adornó el estadio y se fundió como el “río” de gente que fueron los atletas y entrenadores de todos lados, mezclando las cromas diversas de cada uniforme para conformar un punteado indescifrable, pero hermoso.
En el escenario improvisado sobre la grama, la multicampeona olímpica Laura Flessel-Colovic presentaba la concha de caracola reina como sui géneris sustituto de la antorcha.
Le siguió un coro de mujeres haciendo sonar las conchas y acabando el acto en una fiesta de todos. Ello recordaba su importancia en la comunicación y en rituales de los antepasados.
En las afueras del estadio era imposible caminar entre el tumulto de gente que se agolpó en modo Caribe para disfrutar la fiesta y, sobre todo, presenciar cómo el deporte ha logrado que la región siga siendo una sola y además aprovecha la oportunidad para recordarlo.
(Tomado de JIT)