LAS TUNAS, Cuba. — Arraigando en la cultura nacional al extremo de afirmarse, “sin azúcar, no hay país”, esa apología dicharachera tenía un respaldo constante y sonante, en pesos y centavos, desde allá por el siglo XVIII, cuando la fabricación de azúcar y sus derivados tomaron el lugar de la ganadería, principal riqueza de Cuba desde 1550. Ya para 1959 —y provenientes de los 161 centrales instalados de un extremo a otro de la Isla—, por concepto de azúcar, mieles, alcohol, rones y otros derivados, más del 75% de las exportaciones cubanas provenían del procesamiento fabril de la caña.
Icono en la otrora manufacturera insigne de Cuba y estampa vívida de su postrero fracaso, es el central Delicias —llamado Antonio Guiteras luego de expropiado el 20 de julio de 1960— símbolo del éxito y del desastre. Cual punto de observación, lo hemos utilizado para explorar el panorama de la agroindustria azucarera cubana. Construido entre 1910 y 1912 por la compañía The Cuban American Sugar Mills en el municipio Puerto Padre, en la antigua provincia Oriente, con capacidad de molida diaria de 780 000 arrobas de caña —o como decía mi padre, “en 24 horas podía moler 13 campos de caña de 60 mil arrobas cada uno”—, el central Delicias se convirtió en el mayor productor de azúcar de caña del mundo en la zafra de 1922, cuando produjo 157 055 toneladas métricas (equivalentes a 1 046 493 sacos de 325 libras), Sin embargo, en la recién concluida zafra 2021-2022, el central Guiteras no llegó a producir ni 30 000 toneladas.
Previo a 1959, solo en una de las seis antiguas provincias de Cuba (Oriente) había 40 centrales azucareros, algunos con la misma capacidad de molida del Delicias, y uno (el Preston) con mayor capacidad, que podía procesar 800 000 arrobas de caña diariamente. De los 40 centrales orientales, 13 eran propiedad de ciudadanos cubanos, 17 de estadounidenses, cinco de canadienses, tres de españoles, uno de propietario inglés (fundado en 1886) y otro construido en 1859 (propiedad de un francés).
Esos 40 centrales orientales tenían una capacidad de molida diaria de 10 millones 156 mil arrobas de caña, dicho de otro modo: en 10 días podían moler más de 1 170 046 toneladas, mientras que los centrales que molieron en la recién finalizada zafra se emplearon desde diciembre de 2021 hasta el pasado mes de mayo para procesar unos seis millones de toneladas de caña.
Tergiversando la historia y olvidando que son autores directos de un crimen de lesa humanidad por exterminio de las condiciones de vida y cultura de un segmento importantísimo de la población cubana, hoy, dirigentes del régimen comunista lamentan haber convertido los centrales azucareros en chatarra, transformando los cañaverales en sitios incultos que no producen azúcar ni ningún otro bien. Los mandamases olvidan así que, enraizando estupendamente en nuestro suelo, la caña fue plantada en Cuba en 1516, hace 516 años, mientras que en las márgenes del río La Chorrera (hoy Almendares, en La Habana) la agroindustria azucarera comenzó a andar en 1595, movida por esclavos africanos y bueyes, y que ya en 1819 funcionó el primer trapiche movido por una máquina de vapor.
Así, sin transformaciones políticas que den seguridad al derecho de propiedad de los inversionistas extranjeros, sin posibilidad para que los trabajadores constituyan sindicatos independientes para hacer valer sus derechos ante sus empleadores, sin una verdadera reforma agraria que haga dueño de la tierra a los productores de materias primas, con esas condiciones de misérrima humanidad, el gobernante Díaz-Canel que afirma ser “continuidad” de Fidel Castro, dice confiar en la reconstrucción de la agroindustria azucarera, hoy sin infraestructura en los servicios básicos y con los valores cívicos de los cubanos extraviados en los azares de la supervivencia nacional a la deriva y el éxodo masivo.
Según El ingenio, obra clásica de Manuel Moreno Fraginals (de la que hemos tomado algunas cifras mencionadas en esta serie), Cuba poseía “en grado superlativo” las cuatro condiciones objetivas fundamentales requeridas en el siglo XVIII para asentar “una gran manufacturera azucarera”:
- Primero: tierras fértiles, de fácil explotación, cerca de la costa, con fácil acceso a los puertos de embarque.
- Segundo: bosques con maderas de calidad para la construcción de toda la infraestructura fabril y capaz de proporcionarle combustible (leña) durante toda la zafra.
- Tercero: ganado abundante para alimentar las dotaciones de esclavos y proporcionar bueyes que movieran los trapiches y las carretas para transportar la caña.
- Cuarto: instrumentos de trabajo abundantes, fabricados en La Habana o importados de Estados Unidos.
Pero la mayor parte de la tierra arable de Cuba ha perdido fertilidad por erosión o salinidad y, sobre todo, por ineficientes e irresponsables prácticas de cultivo, como el monocultivo de la caña sin rotación de cosechas; luego, no basta con reconstruir y modernizar los centrales para producir azúcar como en siglos pasados, habría que comenzar por un derecho de propiedad auténticamente seguro que conduzca al propietario de tierras a regenerar la fertilidad de los suelos, tarea que ni es de un día para otro, ni se consigue sólo con la aplicación de abonos químicos.
Tampoco se conseguirá reconstruir la agroindustria azucarera si antes o durante la reconstrucción de los centrales no se reconstruyen zonas forestales, poblados, vías de ferrocarril, caminos cañeros, fuentes de abasto de agua, toda una infraestructura desaparecida, como mismo desaparecieron el ganado y los cultivos que fueron, desde sus orígenes, el sostén de la producción de azúcar y sus derivados.
En condiciones amigables con el medioambiente en sus factores físico, biológico y socioeconómico, cabe preguntarse: ¿Cómo reconstruir la agroindustria azucarera cubana en el siglo XXI? La respuesta a esa interrogante quizás podamos encontrarla siguiendo el proverbio hindú que dice: “Si no sabes para dónde vas, regresa para saber de dónde vienes”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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