Fina García-Marruz nos ha dicho adiós. Con la noticia, la pienso eterna, en el esplendor de su obra. He vuelto a entrar, como en mi adolescencia, a su poesía. La he escuchado, he vuelto a leerla. Y cada vez el estremecimiento es mayor, el azoro más misterioso, porque su poesía es un hecho sin igual, irrepetible, que habla desde una intensidad que solo alcanzan a cumplir los iluminados como era ella misma.
Escuchando los poemas de Las miradas perdidas (1951), los Sonetos de la pobreza, es imposible dejar de experimentar una conmoción que solo puede aludir a la referencia que todo lector necesita cuando se introduce en el símbolo de la fe, es decir, en esa zona mística de la poesía española que Fina nos devuelve en su acento personalísimo, antirretórico y tremendamente contemporáneo, reverdecido en la actualidad de muchos rincones de Nuestra América. ¿Cómo pensar en cuestiones generacionales, en particularidades estéticas ante una poesía que, en su espléndida raíz nacional, lleva el aliento de un misticismo heroico –por comprometido– y el amor por nuestra gente y nuestras cosas de todos los días?
El arte poética de Fina García-Marruz supera los ardides de la escritura automática cuando emprende la crónica natural para la jicotea y el viejo mercado de Cristina, para las tías, los músicos ambulantes, negros, chinos y españoles hasta alcanzar la risa de Charles Chaplin. ¡Qué modo de anegarse en el polvo fugaz, en los mudos rumores y en la plenitud de una luz enceguecedora!
Fina era uno de esos poetas transportados por su propia evolución a quienes les es dado el don de tocar infinidad de temas, incluso aquellos que pueden parecer a simple vista como no afines. Su arte poética renace en una explosión de confesiones sorprendentes.
Por eso admiro con devoción de colegiala sus sonetos y, muy entrañablemente, su elegía En la muerte de una heroína de la patria, dedicada a la memoria de Haydée Santamaría, porque en ella Fina nos brinda la más hermosa síntesis literaria de su concepto de la poesía a través de ese lenguaje que los dioses le entregaron en una tarde lila y que le permitió comunicarnos las esencias de la Isla, ya fuere como patria chica, grande y común.
Siempre serían escasas y torpes mis palabras para hablar sobre la poesía de Fina García-Marruz por su magia inaprensible, por su delicadeza y el firme espíritu de voluntad de estilo que la corona. En Fina había una persona dispuesta al sacrificio con una dignidad y un silencio propios de los orfebres de todos los tiempos.
Vienen a mi memoria las palabras llenas de atención de Eliseo Diego cuando afirmaba, una tarde de mi juventud, allá por 1970, mientras presentaba, con pasión y sinceridad no excluyentes, el inigualable volumen de Fina, Visitaciones. Con su pausada voz, sentenciaba el poeta: «En este libro, escrito en el idioma que Fina García-Marruz pide para sí, se encuentran algunos de los poemas de más apasionada belleza que se hayan compuesto en lengua española desde que asomó el mil novecientos».
Así lo creí entonces. Así lo creo ahora, en este instante en que no le está dado morir del todo, cuando su creación esplende, y deberá alumbrar los tiempos por venir.