En los días previos a la conmemoración del centenario de Ramiro Guerra, Luciano Castillo abrió las puertas de su espacio De cierta manera a un clásico del cine cubano: Historia de un ballet (1962), de José Massip. Para algunos fue una revisitación necesaria; para otros, la revelación de la huella de dos extraordinarios creadores sin los cuales la historia cultural de la nación cubana estaría incompleta.
De Ramiro se ha dicho mucho, aunque queda mucho por decir. Se le reconoce como el padre de la danza moderna en nuestro país, protagonista de más de un acto de fundación, autor de obras icónicas que sobreviven en el tiempo y teórico que resumió en textos y ensayos una experiencia que nunca debe dejar de ser brújula.
A Massip habrá que reconocérsele, más aún, como lúcido adelantado en la pantalla. Antes de Baraguá, la película que consagró la imagen fílmica de Antonio Maceo en uno de los momentos más tremendos de la historia patria, exploró en 1960 un filón poético insospechado con un documental al que debe prestársele más atención, Los tiempos del joven Martí. Su obsesión por descifrar las angustias y esperanzas del Apóstol en su periplo por los campos insurrectos de Oriente, desde el desembarco en Playitas hasta su caída en Dos Ríos, lo llevó a emprender un filme experimental, Páginas del Diario de José Martí (1971), destacado por Alejo Carpentier al notar cómo «es ese latente, inesperado, contenido cinematográfico de la prosa martiana, el que ha percibido Massip al concebir la obra mayor que hoy se ofrece a nuestra admiración».
El olfato de Massip para descubrir esencias y novedades lo condujo hacia la Suite yoruba, de Ramiro Guerra, reinterpretada en Historia de un ballet. Esencias y novedades, no solo en esta obra, sino también a lo largo de su trayectoria, que en acertada síntesis resume el dramaturgo y crítico Norge Espinosa al subrayar: «Concediendo a la estructura narrativa de la danza una importancia radical, se dio a la concepción de piezas que funcionaran desde una teatralidad proyectada como materia del cuerpo, eliminando lo decorativo y encontrando ritmos y equivalencias en todos los sectores de una cultura, y una historia, que reinventaba su propio devenir en términos danzarios».
En apenas media hora, el cineasta, el coreógrafo y el diseñador Julio Matilla reconstruyen el proceso que condujo al montaje de una obra emblemática para el nacimiento del Conjunto de Danza Moderna, compañía luego rebautizada como Danza Contemporánea de Cuba. En ella se dan los trazos más vitales de lo que Ramiro defendió como tesis de la teatralización del folclor. Es decir, no se trata de la traslación mimética del rito a la escena, sino de resemantizar en términos dramáticos, y a partir de una exigente y revolucionaria poética del movimiento, la doble fuerza gravitacional y expansiva de los mitos que animan una de las más poderosas y nutricias vertientes de la religiosidad popular que se hizo nuestra, imprescindiblemente nuestra, como legado legítimo de nuestros ancestros africanos.
Del wemilere en Regla a las tablas del Teatro Nacional, el filme viaja y entrecruza cantos, toques y bailes, creación danzaria y visualidad desbordante. Ver, vivir Historia de un ballet vale como acto de afirmación. Qué pasaría hoy si, diez años después, Massip u otro cineasta se hubiera asomado a los ensayos de Decálogo del Apocalipsis, la nunca estrenada obra mayor de Ramiro, transgresora y radical, incómoda para espíritus conservadores, ante la cual los vecinos de La Timba, cercanos al Teatro Nacional, cayeron rendidos.