Cojedes, Venezuela.–Viéndolas así, a una articular despacio: «a, e, ahí…», y a la otra, que procura imitarla, alguien, despistado por el oído, hasta podría creer que se trata de un aula donde maestra y niña modelan fonemas en lengua de principiante.
En tal caso, entendería pronto que Dania no está en oficio de magisterio, ni Otilia en rol de aprendiz. Se conocieron hace pocas semanas y se encuentran a diario aquí, en el Sol de Taguano, centro de diagnóstico integral (CDI) del municipio de Tinaquillo, estado de Cojedes, localizado en una altiplanicie de la llanura venezolana serpenteada por el río Tamanaco.
Víctima de un accidente cerebrovascular, Otilia perdió el habla y algunas funciones motoras. De la mano de su hija llegó hace un mes al Sol de Taguano, y encontró a Dania Céspedes Guerra, logofoniatra cubana, quien labora en esta demarcación de más de 110 000 habitantes.
«Le enseño ejercicios prácticos para rescatar el lenguaje, que está muy dañado –refiere la especialista–. Es como si empezara a articular las primeras palabras; esta labor requiere de paciencia y dedicación».
«No sabemos cuál sería la palabra idónea para agradecer todo lo que hace la hermana Dania por nuestra madrecita», dice Yoleida Ramírez, hija de la octogenaria paciente; en tanto Eduardo, otro vástago de la anciana, asiente con la cabeza.
«Dania es toda preocupación, paciencia, cariño hacia nuestra madre», agrega Yoleida. «Le hace chistes, la anima, hace que sonría, pues hasta eso está aprendiendo de nuevo. Mi mamá no emitía sonidos, ya dice algunas palabras gracias a este ángel cubano que puso Dios en nuestro camino», concluye la cojedeña.
Ni Otilia ni Dania son excepciones en Sol de Taguano. Otros «ángeles cubanos» andan por esta tierra llanera; es lo hermoso de las historias que escriben aquí 38 colaboradores de la Salud de la Isla, liderados por un joven maisiense de 31 años, el doctor Ernesto Matos Gámez. Prestan 13 servicios médicos diferentes, y atienden más de centenar y medio de personas por día.
«Nuestra máxima es curar y satisfacer, con atención de máxima calidad, a todo el que viene en busca de ayuda», sostiene Matos, y recuerda que durante la etapa más cruda de la COVID-19, este CDI funcionó como zona roja, con 32 camas habilitadas, cinco de ellas destinadas a pacientes en estados crítico y grave.