En Cuba, antes de 1959, el turismo se explotó más que nada por su lado malo. La promoción de las bellezas naturales de la Isla y de su patrimonio histórico-cultural quedaba en segundo plano frente a la combinación fascinante de ron-juegos de azar-mujeres en que se asentaba su publicidad. La idea era convertir a La Habana en una suerte de Montecarlo de América.