Nos acercamos al primer aniversario de los acontecimientos del 11 de julio que, sin lugar a dudas, impactaron profundamente a la totalidad de la estructura de poder en Cuba, lo que incluye sus niveles de legitimidad, tanto a lo interno como en el plano internacional. Se ha discutido hasta hoy sobre las causas de estos acontecimientos, con puntos de vista polarizados en torno a dos razonamientos esenciales:
a. Lo ocurrido fue un estallido social espontáneo, derivado de la agudísima crisis económico-social que vive el país y la persistente renuencia por parte de la dirigencia a acometer un profundo e integral replanteo de un sistema inoperante desde hace décadas;
b. Lo ocurrido fue un estallido orquestado y financiado desde EE.UU., «la culpa», como ha sido siempre, «es del imperialismo».
No es poco lo que adeuda EE.UU. en materia de hostilidad, subversión y agresiones. Es una dimensión que no puede ser ignorada, lo confirman sesenta y tres años de semejantes prácticas y es bien conocido. Pero —y este es un gran pero, como acostumbro a decir—, la responsabilidad de lo acaecido el 11 de julio recae, desde hace décadas, en la obstinada política de mantener el sistema tal cual funcionó en los primeros tiempos de la Revolución y sus alianzas internacionales de entonces, máxime cuando tal inmutabilidad se manifiesta en una época en que la dirigencia que reemplazó a Fidel Castro carece del talento, audacia, creatividad, legitimidad y atributos de este.
Si se aceptara que lo ocurrido el 11-J fue obra de la política de EE.UU. y sus replicantes de Miami, le estaríamos haciendo un enorme reconocimiento y favor a estos dos factores luego de sesenta y tres años de sostenidos fracasos. Sería un mérito más que inmerecido.
El pasado 1ro de Mayo pudo el gobierno cubano mostrar todavía un aparente apoyo de masas, cosa que lejos de darle sustento para acometer más profundas transformaciones del fracasado modelo, desató una ola de triunfalismo (algunos lo llaman triunfalismo defensivo) mediático que muy poco o nada tiene que ver con el agravamiento de la crisis económico-social y política que sigue erosionando la hegemonía del sistema.
Una vez más el gobierno echa mano a las respuestas represivas —así lo demuestran el recién aprobado Código Penal y las exageradas sanciones penales a un elevado número de detenidos el 11-J—, como contraparte inoperante para aplacar y superar dicha crisis.
Mientras, un sinnúmero de intelectuales cubanos provenientes de diferentes esferas —unos más viejos y otros más jóvenes pero siempre leales a la Revolución— han venido insistiendo en publicaciones, blogs y entrevistas en dos cuestiones capitales: a. Que la responsabilidad principal por el 11-J recae en la persistente y empecinada posición gubernamental de no emprender las transformaciones indispensables y b. Que de no acometer tales cambios, la experiencia del 11-J puede repetirse en algún momento relativamente cercano.
Con mucha claridad, Félix Sautié ha advertido recientemente en su blog acerca de los peligros de un nuevo estallido social, pero centrando los problemas en los pésimos niveles de gestión de las autoridades gubernamentales y su burocracia.
De nuevo permítaseme parafrasear dos ideas claves de Fidel Castro: a. El socialismo no sirve ni para nosotros mismos (famoso testimonio a un periodista norteamericano) y b. La situación se caracteriza por una batalla de ideas. Pregunto, primero: si Fidel consideraba al socialismo como era entendido en esos tiempos de fines de los 80 del siglo pasado, como algo superado o desfasado, ¿qué se hizo para superarlo? Muy poco o nada. Y segundo: si Fidel planteó que la batalla de ideas era esencial en la nueva situación, creo que no se refería a echarle mano a un asfixiante Código Penal, acciones policiales y sanciones aparentemente legales y reservadas solo para crímenes mayores, que no es el caso con el estallido, ¿qué tiene que ver esto con la confrontación de ideas? Nada; simplemente todo lo contrario.
La canción Patria y Vida, que nació entre los integrantes del Movimiento San Isidro, pese a su relativo impacto mediático en las redes sociales y a que fuera premiada con un Grammy; en poco tiempo agotó su posible potencial movilizador. Hoy nos enfrentamos a experiencias muy diferentes. Por ejemplo, Amelia Calzadilla, una mujer joven, madre de tres hijos e hija de revolucionarios, que con enorme fuerza y energía, salida de la nada, ha logrado producir un impacto sin precedentes, nacional y en medios internacionales, mediante un uso inteligente de las redes sociales.
Ella grabó y difundió una enérgica, breve, concisa y demoledora presentación de la situación actual en que vive la mayor parte de los cubanos en la Isla. Parecerá a algunos algo poco trascedente, mientras que los medios oficiales en Cuba procuran restarle importancia, denigrándola. Ambos se equivocan.
Su repercusión ha sido enorme, incalculable. Nadie en la disidencia financiada por EE.UU. —como destaco siempre—, ha tenido el impacto, resonancia y apoyo que tan breve declaración ha conseguido en el escenario político de Cuba. La razón es una: interpretó correctamente las agonías diarias de la gran mayoría, de sus reclamos elementales; en tanto su índice acusador no se dirige a dirigentes subalternos, sino a las más altas instancias.
Supo desatar una oleada de simpatía y apoyo. ¿Podrá traducirse en algo más orgánico y movilizador? Probablemente no, pero ello no debe en lo absoluto restarle importancia. ¿Influirá más directamente sobre los diseños de reforma del gobierno? No puede pasarse por alto ni subestimarlo.
Suenan ya las alarmas como nunca tras el estallido del 11-J. Bien pudiera ser un simple chispazo, pero no olvidemos aquello de que «una chispa puede encender la pradera» (para no olvidar una famosa frase) y cabe agregar: mucho más cuando pronósticos muy serios apuntan a una posible repetición o algo similar a lo del 11-J. ¡No se puede jugar con fuego!