LAS TUNAS, Cuba. — Lastimosas, chapuceras y repudiables por inmorales, pisoteando de forma pública y notoria derechos ciudadanos, como hicieron al monopolizar la capacidad de un teatro, son las combinaciones operativas que por estos días el régimen está realizando con un propósito único: aislar al celebérrimo Pablo Milanés de su público natural, el insumiso.
Para introducirle un auditorio dócil, amaestrado por la dictadura, ahora otra vez están desplegándose, cuales soldados en el campo de batalla, oficiales de la Seguridad del Estado, comisarios del Departamento Ideológico del PCC (Partido Comunista de Cuba), del Ministerio de Cultura y de cuantas entidades estatales o particulares sean necesarias, para evitar, al conjuro de la poesía y la música del cantautor rebelde, otra protesta social que todavía calienta los rescoldos de las ocurridas el 11 y 12 de julio de 2021 (11J).
Pablo Milanés debe estar sonriendo. Para él estas maniobras policiales no son nuevas. Ya ha lidiado con ellas. Personalmente recuerdo la ocurrida a finales de los años 80 en Las Tunas. También él debe recordar aquella noche de “canción protesta”. Y digo “protesta” no por el género de esas canciones muy en boga en los años 60 y 70, sino por la negativa del trovador, que se negó a cantar rodeado de policías. Por pura casualidad fui testigo excepcional de esa querella. De tal suerte, me encontraba esa noche en mi trabajo junto al coronel Alexis Pupo Mastrapa, en ese entonces segundo jefe del Ministerio del Interior en la provincia, cuando, urgentemente, a través de mi teléfono, el coronel fue localizado porque estaba sucediendo un “incidente en el concierto de Pablito”, diciéndome Alexis, “Alberto, vamos allá”.
Resulta que el auditorio de Pablo Milanés se encontraba virtualmente tomado por la policía, uniformados y vestidos de civil, no para prevenir conflictos de tipo político, como ahora, sino meramente por un exceso de celo de orden público, y muy disgustado, Pablo dijo que él no actuaría en un escenario rodeado por la policía, y no valieron ninguna de las explicaciones dadas por los organizadores para que iniciara el concierto.
Presente en el lugar, el coronel Alexis dijo a Pablo Milanés que, entre otras razones, aquellos policías estaban allí para cuidar de él mismo, pero Pablito ripostó que él no necesitaba policías para que lo cuidaran, y menos en Cuba, donde, precisamente, era el pueblo quien cuidaba de él, manteniendo así su posición: no hay concierto rodeado de policías.
Alguien allí, dijo, o insinuó, no recuerdo si un oficial de la unidad Ideológica de la C/I (Contra Inteligencia), o un oficial operativo de la unidad territorial de la Seguridad del Estado, que, el hecho de que Pablo Milanés se negara a actuar por la presencia de la policía cuidando del orden público, podía interpretarse como “diversionismo ideológico”, para radicar una señal “política”; afortunadamente, el coronel hizo un gesto de desaprobación al que así evaluaba aquella situación, y dirigiéndose a Pablo Milanés, procuró resolver la atmósfera ya tensa de forma honorable, para ambas partes, pues, en tono de broma, bien alejada de su carácter siendo un tipo parco, empleó una analogía de influencia psicológica blindada contra réplicas, diciendo: “Mira, Pablito… ¿Tú no dices que quien mejor cuida de ti es el pueblo…? Bueno, ellos (los policías) son parte del pueblo, y quieren oír tus canciones como mismo queremos oírte todos los que te admiramos aquí”.
En honor a la verdad, todos nos relajamos cuando, sin decir más, Pablo comenzó el concierto con sus antológicas canciones, por igual aplaudidas por civiles y militares, como si nada hubiera ocurrido. Mientras, ya en el automóvil y de regreso a la jefatura, en alusión a las graves consecuencias que pudieron ocurrir si Pablo Milanés hubiera persistido en su negativa de ofrecer el concierto por encontrarse rodeado de policías, el coronel sólo dijo: “Imagínate si este hombre cierra el dominó”.
Pero aquella “rebelión” del autor de Yolanda ocurrió allá por los años 80 del pasado siglo, y a estas alturas del juego, llevamos 22 años del siglo XXI, esta es otra partida; ahora el bardo no necesita rebelarse con palabras comunes, ni negarse a cantar, como ya lo hizo en Las Tunas.
Ahora muy bien Pablo Milanés puede “cerrar el dominó” de la dictadura con la ficha concluyente de la poesía; no importa que esté rodeado de policías ni su concierto infiltrado por soplones; interpretar el mensaje del artista y echar a volar la inspiración de la libertad es obra del público; aunque ya pretendieron negarle el derecho de ocupar una butaca en la sala de un teatro para disfrutar del arte de su ídolo, esa aprehensión, más que en talanquera, debe transformarse en acicate para decir cuando pretenden que callen.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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