Pareciera que, de tanto diseñar desde y para la palabra, José Alberto (Pepe) Menéndez hubiera adiestrado también la habilidad de hilvanar sílabas en oraciones y párrafos auténticos, significativos, apasionados; de componer ideas verbalmente para entregarlas al éter con la misma grácil admiración que despiertan sus diseños.
Cautiva no solo lo que tiene que decir, sino cómo; así sea frente a un público más extenso o en el remanso privado del jardín de su hogar, una hermosa casa del Vedado con la rara doble virtud de estar muy céntrica y, a la vez, retirada de las vistas y el bullicio citadino.
A Pepe lo han entrevistado muchas, muchísimas veces, porque es un profesional que ha trabajado sin descanso y ha sido reconocido por ello. Se le ha preguntado y vuelto a inquirir sobre el diseño cubano y el personal. En esta ocasión, preferimos invitarlo a ahondar en las palabras que ofreciera al recibir el Premio Nacional de Diseño en mayo de 2021, a establecer un puente de intertextualidades entre aquel discurso y nuestra conversación.
La tarde calurosa en que recibió el galardón, en un salón del Hotel Nacional de Cuba, nuestro entrevistado resaltó la curiosa interacción de los acontecimientos en la vida, el cómo se entretejen los caminos que nos llevan a determinadas circunstancias. Así, enlazando “coincidencias”, iniciamos:
―Durante la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Diseño usted hizo referencia a uno de sus profesores, Hugo Rivera Scott, sin saber que en esos días ultimábamos detalles de una entrevista en la que él hablaba con cariño y orgullo de usted. ¿Qué siente que le ha quedado de Hugo u otros maestros que hayan podido marcarle significativamente?
―Todos los estudiantes tienen dos partes, la que traen a la academia y la que se forma allí, con los propios compañeros que te rodean y los maestros que se paran frente al aula. Esa interacción completa lo que uno trae. Nosotros tuvimos una formación muy particular por ser escuela nueva y pequeñita, eso hace que seamos un grupo con unas vivencias muy particulares e intensas.
“Tuvimos profesores que poseían por un lado una formación muy racional, centroeuropea; muchos provenían de la Arquitectura, lo que nos comunicaban era muy estructurado. Nos inculcaban una visión del diseño como arte, ciencia y profesión donde se toman decisiones racionales, y había dos personas que hacían un contrapeso a eso: la primera, Antonio Cuan Chang, que es el decano fundador de esa incipiente facultad; luego, Hugo Rivera, quien en los inicios estaba como en un segundo plano, pero su entrega, pasión y capacidad lo hicieron pasar a un primer plano definitivo.
“Teníamos como maestro principal inicial a Esteban Ayala, fallecido a fines de los años 90. Ayala tenía una formación en Europa, pero en otra línea del pensamiento, más asociada a la tradición del libro.
“Cuan Chang, arquitecto que reside en Canadá hace muchísimos años, pensaba y hablaba en retículas. Ayala, provisto de otro humanismo, decía: “el diseño nace aquí (apunta al corazón), luego viaja aquí (al cerebro) y por último va a la mano”.
“Hugo tenía formación de artista, grabador, pintor; no tanto como diseñador. Sin embargo, dominaba una serie de materias pertinentes para ayudarnos a nosotros a convertirnos en diseñadores.
“De todo ello, definitivamente, a mí de quien más me queda es de Hugo, porque se acerca más a aquello que se sedimentó mejor en mí.
“Lo racional de Cuan Chang tiene una utilidad invaluable. Una parte de lo que todo diseñador gráfico hace posee esos requerimientos. Del tiempo que dedico a trabajar hay una porción destinada a organizar información, procesos, entender lógicas y modificarlas en la búsqueda de una optimización, y ello es expresión de la línea de pensamiento de Cuan Chang. Digamos que, si fuera posible definirlo así, esa parte de mi pensamiento la domina él. Otra parte, más relacionada con un sentido cultural profundo, la comparten Ayala y Hugo.
“Además de enseñarnos tipografía, cómo dominar el puntaje, explicarnos que un libro en 7 puntos significaba un maltrato al lector, que no se puede poner verde sobre rojo…, Hugo también nos enseñaba una ética. Digamos que las cuestiones técnicas uno podría aprenderlas de esa manera o en un curso online; pero con Hugo no, con Hugo hay que dar clases de manera presencial, porque te transmite una experiencia de vida, aun sin hablar. Definitivamente, contribuyó a mi formación como diseñador y como persona.
“Los buenos maestros entienden que la meta no termina el día que te dan el pergamino de graduado, la meta es mucho más larga, y el maestro identifica tus potencialidades y te prepara para aprovechar todas esas fortalezas. Ese era Hugo.
“Siempre recuerdo un ejercicio de clases que fue para mí como una revelación: había que simular una especie de anuncio a base de papeles recortados. El objetivo era ejercitarse en combinar texto, imagen y composición en un formato dado. Yo había hecho como un anuncio de un vino. Él, con la barba venerable que ya lucía desde entonces, me escuchó atentamente (siempre tuvo mucha paciencia para todos) y me dijo “está muy bien, pero usted tiene que entender la sutil diferencia, y esencial, en definitiva, entre un corcho de vino y uno de champagne, que es el que usted ha puesto.
“Para mí fue como un mazazo. Ese ejemplo me sirve para explicar y entender algo que Hugo tenía muy claro: no se puede ser un buen diseñador y comunicador sin cultura, haciendo de la ignorancia una virtud”
―Mencionó al recibir el Premio que con Pedro García-Espinosa, uno de los colegas que compartió con usted la nominación, inició los estudios de diseño. ¿Qué recuerda de esa etapa de estudiante?
―Estoy seguro de que, para la mayoría de aquellos 49 primeros alumnos que ingresamos a la carrera, las vivencias fueron maravillosas. Nuestra sede era una casita pequeña, aislada, ubicada en Miramar; en las tardes, a veces, salíamos y nos íbamos a la playa… todo era muy nuevo y divertido.
“Ya desde el inicio elegíamos qué especialidad cursar. Muchos talleres los dábamos juntos y luego algunas asignaturas las teníamos solo los de Informacional, que era como se llamaba la carrera en aquel entonces, y otras solo los de Industrial.
“A pesar de las diferencias de pensamiento que puedan haber surgido entre todos con los años, sigue existiendo hacia ese momento inicial un afecto muy grande.
“Al mudarnos a Belascoaín cambia todo: era un edificio muy grande, ubicado en Centro Habana, ya se incorporaban otros años…, pero la idea de que éramos los pioneros perduró hasta el final, nos tocó esa singularidad como generación”
―¿Qué lo condujo al diseño? ¿La historia familiar influyó?
―Aunque nací en esta casa (legado de Enrique García Cabrera, pintor y pionero del dibujo editorial y publicitario en la primera mitad del siglo XX en Cuba) la idea de estudiar diseño me vino a través de mi mamá. Ella trabajó muchos años en la Cámara de Comercio y conocía a una persona de la Oficina Nacional de Diseño, que en ese momento radicaba en 19 y C. Por ese medio supimos de la carrera, que en aquel momento se estudiaba en Alemania. Me interesó la idea porque de niño había vivido cuatro años con mis padres en ese país, hablaba el idioma.
“Cercano ya el momento de los exámenes vino la noticia de que se iba a abrir la carrera en Cuba; no recuerdo ese giro como un fiasco, de todas maneras, había decidido presentarme.
“El interés no vino por vía del tío abuelo, García Cabrera, por la presencia constante de su obra en las paredes de la casa. Fue después, mientras estudiaba diseño, que me motivé a hurgar en sus carpetas y álbumes, y así descubrí que él era, más que un pintor, un ilustrador, un diseñador, aunque entonces no se usaba el término.
“Tampoco fui, de niño, muy dado a dibujar. Sí creo que fue muy importante para mí el haber vivido en Alemania; pues existe un archivo visual que se forma en esas edades tempranas, referencias que uno va adquiriendo de lo que es corto-bajo, alto-largo, suficiente-insuficiente, y se convierten en nociones que permanecen en lo profundo de la sensibilidad”
―Seguimos con las intertextualidades. Aquella tarde de mayo, en el Hotel Nacional, mencionó que a Ernesto Niebla, el tercer nominado al Premio, lo tuvo como alumno. ¿Qué lo hace motivarse por la docencia tan temprano, en una carrera nueva?
―Esa idea se empezó a gestar en mi etapa de estudiante. Siempre he sido entregado a lo que hago, no se me da estar a medias, por lo que me mantenía muy presente en las actividades del grupo.
“Tenía cercanía con los profesores, tanto con Cuan Chang como con Hugo y Ayala, y mostraba predisposición para ver en qué podía involucrarme, colaborar… Esa actitud me puso en la mira de que me fueran diciendo “qué tal si nos ayudas con esto”, un mural, por ejemplo. Y así me fui perfilando como alumno ayudante, aunque nunca di clases en esta etapa.
“Siempre me pensé diseñando. Mis compañeros y yo veíamos una realidad con tantas carencias de diseño que estábamos seguros de que íbamos a incidir determinantemente en ella. Era nuestra edad de creer que íbamos a cambiar el mundo.
“Tenía el primer lugar en el escalafón, podía escoger, y se me presentaron tres opciones: ir al departamento de diseño de la ONDi, a la oficina de diseño de la Industria Ligera o ser profesor, para lo cual había una sola plaza. Así que no dudé un minuto: daría clases y diseñaría a la vez.
“Hasta el día en que llegó la propuesta concreta de dar clases nunca me había imaginado en el aula. No tenía una vocación pedagógica anterior ni en mi familia había antecedentes.
“Esa vivencia despertó algo en mí que sigue vivo hasta ahora y no sabía que existía: la posibilidad de conducir ciertas experiencias. Pude inventar ejercicios que todavía se aplican, se trataba de experimentos que condujeran a aprender algo de lo que nos interesaba, que entrenaran la capacidad de ver y encontrar soluciones visuales, de formarse en un pensamiento visual, de eso se trata ser diseñador.
“Hace un tiempo, en una entrevista radial, mencionaba que el único hándicap insuperable para aspirar a ser diseñador es ser invidente; cualquier otra persona podría: los hay zurdos, derechos, diestros en el dibujo o manos torpes, “conceptualísimos” o muy visuales, humoristas o no, amantes de la tipografía o de la abstracción geométrica… lo verdaderamente importante es que puedan ver y, a partir de ello, construir un pensamiento visual.
“Eso me encantó ponerlo a prueba: encadenar ejercicios y experiencias, repetirlos al siguiente año modificando lo que creía podía ser mejor… Así, a la vez que se disfruta, se aprende”
―Comenta usted lo determinante que es para el diseñador ese pensamiento visual. Pero, si el diseño es prefiguración de una nueva realidad, ¿Cómo se le explica eso a un alumno? ¿Cómo se le enseña a pensar en lo que aún no existe?
―Entre los componentes que nutren las raíces del ISDi figuran, como decía antes, líneas de pensamiento muy racionales, de la Bauhaus y de Ulm, y en ellas está un poco incrustada la idea de la caja blanca o transparente, a partir de la cual el diseñador parte de una secuencia de procedimientos que deben conllevar a una solución.
“Eso era lo que nos enseñaba Cuan Chang, quien literalmente hablaba en “tablas”: a partir de las distintas operaciones formales y sus combinatorias, con él se hacían matrices de todas las opciones posibles, para evaluarlas e identificar la más óptima.
“Dicho método supone que la resultante de ese pensamiento racional es infalible y, además, abre la posibilidad de que dos personas sigan el mismo proceso y lleguen al mismo resultado; descarta el factor de diferenciación, el elemento que una persona agrega y no se corresponde con dicha lógica… esa es la caja negra, no se sabe de dónde proviene, pero es lo maravilloso en el diseño.
“Obviamente, el proceso de diseñar no es anárquico, exige seguir un procedimiento, pero… hay un momento que a los especialistas les cuesta mucho definir y es el último salto entre lo previsible y lo inesperado.
“No obstante, enseñar diseño implica hacer transparente la caja. Creo que el ISDi, por demasiado tiempo, ha pretendido que esa caja es esencialmente transparente y no lo es. Si la pensamos como un cubo, tiene muchos lados a través de los cuales puede verse, pero hay caras que son totalmente opacas, y es el individuo el que, con su capacidad, sacará más o menos provecho de esa condición. Hay que aceptar que, en algún punto, existe un alumbramiento, y lo mejor que podríamos hacer es reconocerlo y potenciarlo desde la propia academia”
―Regresamos al acto de premiación: allí decía que uno no elige qué quiere hacer con su profesión. Entonces, ¿Qué hitos u oportunidades fueron configurando el camino de Pepe Menéndez?
―Hay gente que elige, que te dice “siempre tuve muy claro lo que quería”. No es mi caso. Me quedé en el ISDi a partir de las circunstancias que ya expliqué. Después de cuatro años en el Instituto decidí estudiar algo más, hacer un postgrado. En ese momento no se consideró que era compatible mi deseo de formarme más con seguir siendo parte del claustro; situación que derivó en un cisma y acabé yéndome de la academia. Fui freelance un tiempo corto, hasta que un amigo me avisó para entrar a una oficina de diseño editorial, acepté y eso me llevó a estar más cerca de Casa de las Américas, donde llevo 22 años. No hay tantas cosas que yo haya dicho: “voy a…”.
“Sí la determinación de buscar una maestría, aspirar a vivir experiencias que otros colegas habían ya tenido, fue algo propio que me llevó a un camino donde tuve después un resultado muy fructífero de intercambios, amistades, experiencias, enriquecimiento personal… Mi maestría fue en Holanda, pero me permitió hacer otras muchas cosas con amigos suizos. No obstante, en mi vida me ha pasado más frecuentemente que las cosas se van presentando y las he ido tomando; el mérito, en este caso, radicaría en no haberlas dejado pasar”
―Una vez que cruzó la puerta de Casa, ¿Qué lo ha hecho permanecer allí por más de 20 años?
―Esa historia se articula con Hugo, yo conocí la Casa por él. Había estado como público; pero, siendo alumno, fue a través de Hugo que pude visitar las oficinas. Él, apasionado como era, tenía un gran sentido de pertenencia por ese lugar.
“Me reaproximo a partir del trabajo en la editorial que comentaba, a cargo de un francés, la cual radicaba en el edificio anexo. Eso me hizo nuevamente encontrar a personas que había conocido por Hugo. Ahí coincidí con la vicepresidenta en ese entonces, Marcia Leiseca, quien hasta que se jubiló fue la mano derecha de Retamar para el funcionamiento de la institución. Un día me pidió colaborar para un proyecto especial, lo hice, quedó bien y eso me permitió entablar otras relaciones.
“Imagino que Hugo sienta cierta satisfacción con el hecho de que uno de sus pupilos haya terminado trabajando en ese lugar, tan afín a su cosmovisión.
La Casa tiende a crear consenso, quien la observa y valora desde afuera percibe su magia. Desde adentro tiene la enorme virtud de alimentar el sentido de pertenencia de la gente, en un tiempo en que el escepticismo es palabra de orden. Las personas suelen venerar la Casa y se sienten raigalmente bien allí”
―En una entrevista aparecida en La Tiza, revista cubana de diseño, a propósito de recibir usted el Premio Nacional de Diseño del Libro (2017), la autora lo describe con porte de literato o músico argentino de rock, pero afirma que no le preguntó sobre esas posibles influencias. Lo invito a saldar la deuda. ¿Además de lo visual, qué otros campos de la creación han alimentado el espíritu de Pepe Menéndez?
―La música. Para mí es una enorme fuente de placer espiritual, con letra o sin ella, contemporánea o no. Intenté aprender a tocar guitarra siendo estudiante del ISDi, pero era malo. Sin embargo, no diseño con música porque me roba mucho la atención.
“Me gustan muchos géneros y estilos musicales, entre ellos el rock argentino, sin dudas; pocas personas son para mí tan atractivas y enigmáticas como Charly García. También está la trova. Si existieran esas dicotomías, hay gente que es Rolling Stones o Beatles, yo soy Beatles; hay quien es Silvio o Pablo, yo soy Silvio. Son cosas de afinidad, que no se pueden explicar”
―Sus palabras en la recepción del Premio Nacional de Diseño 2021 se convirtieron, también, en un inesperado y encomiable homenaje. Se refirió a la “relatividad de lo que hacemos” frente a la “rotundidad” de la valía de la ciencia… ¿Por qué?
―El diseño facilita la vida, la hace más viable, pero la vida no hubiera cesado si la sociedad se hubiera quedado en su estado más rudimentario o primitivo. En el afán del ser humano de ir buscando soluciones para diferentes problemas, hemos llegado a tener un montón de cosas alrededor que son fruto del ingenio y nos ayudan a hacer la vida más eficiente. De ahí que el mal diseño atente contra todo eso.
“Un mal diseño puede entorpecer, por ejemplo, que una persona hojee un libro o revista, pues si el gramaje de la cubierta es muy alto le va a saltar y se le van a ir diez páginas, y va a generarle rechazo sin entender por qué.
“Para resolver lo esencial y lo valioso el mal diseño es un obstáculo, aunque casi nunca mate a nadie. Puede haber casos excepcionales como el plegable de primeros auxilios de un avión: si ese instrumento de comunicación no está bien diseñado, puede llegar a costarle la vida a una persona.
“Pero lo que me interesaba destacar ese día era en qué lugar esta circunstancia de la pandemia de la COVID-19 recoloca en la sociedad el valor que le damos a la ciencia.
“Me sentía, obviamente, muy agradecido por el Premio. Pero no podía dejar de notar que en ese momento —mayo, 2021— estábamos “celebrando” con una mascarilla puesta, rezando por que las personas que trabajan en la ciencia estuvieran acertando en la vacuna esperada, en los tratamientos.
“Es mucho menos frecuente que la sociedad los venere a ellos. Se visibiliza mucho más lo que proviene del universo artístico, del genio creativo, no del científico.
“Si algo era importante decir ese día, era eso”
―Finalmente, habló de los ciclos que se cierran y se abren. Pepe Menéndez, con 55 años, es Premio Nacional de Diseño ¿Qué espera en lo adelante?
―No tengo pensado dejar mi camino en Casa de las Américas, aunque espero tener lucidez para percatarme de cuándo ya mis fortalezas no se correspondan con la función que ocupo.
“Diseñar es algo que me gusta mucho y lo voy a seguir haciendo por muchos años; pero, es tan dinámico el mundo del diseño, las mutaciones (de tendencias, de estilos, tecnológicas) se producen tan rápido que desfasarse es muy fácil.
“Por ejemplo, Eduardo Muñoz Bachs estuvo haciendo el mismo tipo de grafismo desde mediados de los 60 hasta mediados de los 80 (del siglo pasado); hoy en día eso es impensable. El desafío es grande en ese sentido. La tecnología y las dinámicas de este mundo hacen que la caducidad esté al doblar de la esquina.
“Hay que estar alertas y conocer cuáles son las fortalezas propias.
“Lo que hago en torno a la historia del cartel cubano, su investigación, preservación y promoción, constituye una zona de realización con la que me siento muy a gusto. Hablo del cartel porque es de lo que más conozco, pero también hay revistas y libros con un nivel de resolución gráfica sorprendente, que se hicieron en nuestro país, con un mínimo de recursos.
“Para mí, ahí radica una fuente extraordinaria de diferenciación como cultura de la cual deberíamos sentir mucho orgullo.
“Así que, en el futuro, quizás diseñe menos, pero seguiré involucrado en la preservación e investigación en torno al cartelismo, cuya riqueza es apenas parcialmente conocida. Siento que, de esa forma, estaré haciendo algo muy útil”
Otra vez en mayo, pero de 2022, el compromiso de Pepe Menéndez con la promoción y conservación del cartel ha vuelto a repercutir, al dejar inaugurada el 25 de mayo la exposición personal De cabeza, como parte de las actividades centrales de la 3ra. Bienal de Diseño de La Habana. Las cerca de 30 piezas estarán expuestas hasta mediados de junio en la galería de la Biblioteca Rubén Martínez Villena de la capital.
*Texto original publicado en ondi.cu