No faltó a su palabra Ismael Albelo, conductor y guionista del programa ¡Bravo! (director: Roberto Ferguson), al calificar la transmisión de la comedia musical Víctor Victoria como una muestra de la consecuencia del espacio en presentar a los espectadores producciones representativas de hitos –marcas para considerar más allá de cualquier otra valoración– de las artes escénicas de épocas recientes.
Los que vieron la película de 1982 tuvieron ante sí ahora la versión teatral, curiosamente concebida 13 años después para Broadway, lo cual, como se sabe, no es la norma, puesto que el viaje a la inversa, es decir, de las tablas a la pantalla, resulta el camino más frecuentado. Pero a Blake Edwards, el cineasta de La pantera rosa, le interesaba probar fuerza en el medio teatral y resaltar cara a cara con el público la vigencia histriónica de la protagonista, la británica Julie Andrews, su esposa, que con 60 años fue capaz de desplegar intacto su talento.
Si algo en el orden técnico se agradece es la fidelidad con que el director japonés Goro Kobayashi registró la puesta en escena de octubre de 1995 en el teatro Maquis, de Broadway. No hay otra pretensión ni mayor logro que reflejar una obra de teatro para su difusión televisiva, de manera que el telespectador accede, en un alto porcentaje, a la atmósfera y los detalles del montaje tal como fue. Lección de una manera de hacer teatro a distancia como para tener en cuenta en nuestro medio.
De modo que se hicieron patentes las deudas del teatro con el original cinematográfico, y las adiciones y cortes con relación a la banda sonora, lo cual ha dado lugar a un ejercicio comparativo baldío. Lo importante es que Víctor Victoria, a lo Broadway, mantuvo sus esencias: las de una obra que, mucho antes que otras en los circuitos comerciales más visibles, puso sobre el tapete –cierto que muy a la ligera– el tema de las diversas orientaciones sexuales, a la vez que condensa –con resultados desiguales, pero con momentos meritorios– los códigos de una escena que respeta y enaltece la tradición del cabaret.
Téngase en cuenta que el punto de arrancada fue una película alemana de 1933. En sí misma no es gran cosa, pero el filme de Reinhold Schunzel sobre una mujer que se hace pasar por un hombre que, a su vez, se traviste para trabajar en un cabaret, se avenía con el ambiente permisivo y lúdicro de las noches berlinesas antes de que el nazismo atentara contra las libertades, la cultura y la dignidad humana. El cabaret, en su versión alemana de espectáculo de variedades en el periodo entre guerras tuvo magníficos exponentes entre los que cabe señalar al compositor Kurt Weill, quien colaboró con Bertolt Brecht.
La traslación del musical a París y su adscripción a la probada estética que va de Rodgers y Hammerstein a Kander y Ebb le confirieron un sello distintivo a Víctor Victoria. Lejos de la categoría de una obra anterior tan simbólicamente significativa como Cabaret (1966), la comedia alcanza en su puesta teatral cotas de excelencia que contrastan con pasajes intrascendentes. Solo por Jazz Hot, valdría la pena un musical como este o por los enredos que de un plano a otro ocurren en el hospedaje de los protagonistas. Y por escuchar y disfrutar a la Andrews antes de que perdiera la voz.