A Martí siempre se le recuerda vestido con traje negro o de color oscuro con chaqueta. Camisa blanca de cuello y corbata o lazo, también de color negro. Así lo revelan las fotos que se le tomaron.
Cuidaba de su apariencia personal consciente de que casi siempre estaba rodeado de personas a quienes tenía que atender y hablar sobre múltiples temas.
Las sencillas ropas de Martí causaban admiración entre los cubanos y extranjeros que lo conocían. No podían creer que un patriota de su talla se vistiera de forma tan modesta sin que esto alterara en lo más mínimo su grandeza política.
El 11 de septiembre de 1892, Martí viajó a caballo de Montecristi a Laguna Salada y en el camino se detuvo en el poblado de Santa Ana, donde vivía su amigo, el cubano Santiago I. Massenet, a quien visitó brevemente, y luego continuó su andar hasta la finca La Reforma donde lo recibió el general Máximo Gómez.
De ese encuentro con Martí el cubano Massenet describió así su vestimenta: «Aunque vestido decentemente, Martí traía puesto un sombrero de yarey, de anchas alas, de los que por acá cuestan 20 centavos y son excelentes para resguardarse uno de la fiereza del sol…» ¿Quién podrá sospechar que aquel viajero que gasta sombrero de 20 centavos es, en ese momento, de las más altas figuras de la América?
Massenet lo apunta candorosamente: «Los buenos labradores que presenciaron la llegada de mi huésped no pudieron sospechar la talla intelectual y moral del coloso a quien veían por primera vez…».
Martí y el general Máximo Gómez, arriban a Santo Domingo el 18 de septiembre de 1892. El Apóstol se hospeda en el hotel Universo y conoce personalmente a Federico Enríquez y Carvajal y a su hermano Francisco, con quienes visita el Instituto de Señoritas que dirige la destacada poetisa Salomé Ureña, esposa de Federico, quien no se encontraba allí en esos momentos, por lo que los amigos deciden recorrer la ciudad.
Más tarde, en un momento dado en que Federico se encuentra en la habitación que ocupa Martí en el hotel, comienza a fisgonear su reducido equipaje. El Apóstol lo sorprende y sin inmutarse le sonríe.
Federico recuerda así ese momento: «Luego estuvimos en su hospedaje. En la pieza que le servía de alcoba, en el suelo, había una maleta de cuero no muy grande. Ya se resentía del uso. Estaba abierta. Yo me detuve a mirar su paupérrimo contenido, no sin sorpresa, y él, sonreído, díjome en voz baja: Es mi equipaje… Del fondo de la maleta surgió algo revelador de la psicología cristiana del Apóstol cubano.
«Su equipaje se componía de una muda de repuesto. Duplicados solamente había cuellos, calcetines y pañuelos de mano. Con dos mudas pero solo con un calzado, un sombrero, el saco y una corbata, todo negro, iba el Peregrino en ese viaje de exploración de voluntades y de coordinación de recursos para una acción decisiva de la lucha por la libertad de Cuba».
Han transcurrido tres años de aquel viaje y muchos acontecimientos políticos conducen al inminente reinicio de la guerra en Cuba.
Por eso el 29 de enero de 1895, en la casa donde reside Gonzalo de Quesada en Nueva York, Martí firma como Delegado del PRC, junto a otros patriotas, la Orden de Alzamiento, que deberá enviársele a Juan Gualberto Gómez para su cumplimiento.
El Apóstol se despide cariñosamente del doctor Ramón L. Miranda y de sus familiares, en cuya vivienda desde hace varios días se ocultaba, guarda en su vieja maleta las pocas ropas que tiene así como otros efectos personales y con gran sigilo abandona el inmueble en un coche cerrado que lo aguardaba.
Martí logra darle un esquinazo a los agentes españoles y a los detectives de la agencia Pinkerton que tratan de localizarlo. Llega a los muelles y, bajo un falso nombre, embarca el 30 de enero a bordo del vapor Athos que pronto elevará anclas y pondrá rumbo a Cabo Haitiano, Haití, al que arriba el 6 de febrero. Al caer la tarde del siguiente día continúa rumbo a Montecristi donde es recibido por el General Máximo Gómez.
En la calle de Las Rosas, en Santiago de los Caballeros, reside el coronel cubano Nicolás Ramírez, quien le da una cálida bienvenida el 19 de febrero y le brinda alojamiento. Desde allí le escribe una peculiar carta a Gonzalo de Quesada mientras un zapatero trata de poner en orden su maltrecho calzado y le dice: «Esta carta va de sermón porque un zapatero, que está disimulando unas suelas, me da media hora de respiro; y con usted se me pone el alma charlatana».
El 1ro. de marzo cabalga en compañía de Francisco (Panchito) Gómez Toro hacia Dabajón, donde residen el canario Joaquín Montesinos, el dominicano Antonio Calderón y el cubano Ramón Salcedo.
Desde allí le escribe una breve carta a Gómez, quien lo espera en Montecristi y le comenta: «A Pancho, sujetándome el corazón, se lo devuelvo: allá estará a su lado en estos días, y allá puede tener más quehacer en este instante. Lo que no le devuelvo es su capa, que llevo a que me ampare -más que a librarme de la lluvia-, ni unos pantalones muy cariñosos y ya amados».
Más adelante anota sus impresiones del trayecto con sus amigos: «del cubano Salcedo, “médico sin diploma”, “Salcedo, sin queja ni lisonja -porque me oye decir que vengo con los pantalones deshechos-, me trae los mejores suyos, de dril fino azul, con un remiendo honroso: me deslíe con su mano, largamente, una dosis de antipirina, y al abrazarme se pega a mi corazón. Allí, entre Pancho y Adolfo -Adolfo, el hijo leal de Montesinos, que acompaña a su padre en el trabajo humilde-, me envuelven capa y calzones en un maletín improvisado, me ponen para el camino el ron que se beberá la compañía, y pan duro, y un buen vino, áspero y sano, del Piamonte».
El 3 de marzo de 1895 por la tarde Martí llega a Cabo Haitiano y se aloja en la vivienda de su amigo el doctor Ulpiano Dellundé, a quién le dice que necesita armas para la expedición.
Mientras conversan animadamente el doctor advierte el lamentable estado de su vestimenta: «mira tristemente la penuria del ilustre huésped: los zapatos visiblemente remendados; la conocida capa del General; los calzones del buen Salcedo; y en la camisa, huellas de la aguja zurcidora de Manana y de Clemencia».
Martí regresa a Montecristi en la madrugada del día 4 a bordo de una frágil lancha con tripulantes de confianza. Allí conoce por medio del periódico Listín Diario del día 9 de marzo, que la prensa estadounidense lo sitúa junto al general Gómez en suelo cubano, argumento que el general no puede rebatir para rechazar su presencia en la manigua insurrecta.
La ropa de Martí ya no resiste más por su deterioro. Gómez advierte que el Delegado no debe llegar a Cuba con esa pobre vestimenta. Lo convence y lo lleva a la sastrería de su amigo dominicano don Ramón Antonio Almonte, casi contigua a la suya en la calle Núñez de Cáseres.
Monguín, como le decían cariñosamente al sastre, los recibió afectuosamente, tomó su libreta de apuntes, la cinta métrica amarilla, un lápiz y comenzó a tomar las medidas a Martí que permanecía de pie, mientras Gómez sentado los observa en silencio.
«José Martí: 45-76-20 (50-82), 102-80-81-78, 65 chaleco».
Con estas medidas Monguín comenzó a cortar la modesta tela oscura para el traje del viaje. El último que vistió el Apóstol y la típica chamarra dominicana de azul oscuro.
Cuentan que cuando nuestro Héroe Nacional cayó combatiendo heroicamente de cara al sol el 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, vestía ropa oscura.
Fuentes:
José Martí, 1853-1895, cronología, Ibrahim Hidalgo Paz
El último traje de José Martí, Revista Bohemia, 19 de mayo de 1972, por Emilio Rodríguez Demorizi.
Atlas José Martí, 2003