La próxima Conferencia Cumbre de las Américas (junio 6-10), va camino a convertirse en una muy conflictiva reunión de los países del hemisferio occidental (Latino América, Caribe y Norteamérica). Son dos los motivos: el primero y más candente, es la decisión de la administración Biden de excluir de su participación en la misma a Cuba, Venezuela y Nicaragua; el segundo, una agenda no menos conflictiva.
Fundada en Miami (1992) bajo los auspicios de la diplomacia de Washington y su dócil instrumento, la Organización de Estados Americanos (OEA), en sus inicios se forzó la exclusión de Cuba de semejante foro. Pero, entre las cumbres de Port of Spain y Panamá, se plasmó un cambio importante impulsado por la administración demócrata encabezada por el presidente Obama. Este y Raúl Castro se encontraban en Panamá y con ello se consolidaba la incorporación de Cuba a la Cumbre de las Américas. Ni siquiera la administración Trump trató de revertir la incorporación de Cuba a la referida Cumbre.
Sin embargo, el que fuera vicepresidente con Obama y validara igualmente la decisión de incorporar a Cuba a la Cumbre de las Américas, se propone ahora excluir a la Isla y suma a otros dos estados: Venezuela y Nicaragua. Parece que la administración Biden pierde de vista que estos no son los tiempos de la OEA, que santificaba la expulsión de Cuba entre sus conferencias de San José y Punta del Este, así como las intervenciones de EE.UU. en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983) y Panamá (1990), o las salidas golpistas de Guatemala (1963), Argentina (1962 y 1970), Uruguay (1973), Bolivia (1964, 1969 y 1971), Chile (1973) y Honduras (2009), entre otros actos hostiles.
Igualmente, pierde de vista que soplan vientos políticos muy diferentes en el hemisferio. Las elecciones de Chile, Perú y Honduras; el regresos del MAS en Bolivia y de la vertiente más a la izquierda del peronismo en Argentina, junto a las potenciales victorias de similares vertientes en Colombia y Brasil, así lo confirman. No obstante, la diplomacia norteamericana, y ahora Biden, se mantienen sordos y ciegos frente a esta realidad.
No se percatan siquiera de que nuevos aires soplan en México, donde la primacía histórica del PRI y su alternancia con el PAN han quedado atrás por el éxito de MORENA y su dirigente, el actual presidente López Obrador (AMLO), factor que viene a desempeñar en este crucial momento un singular papel de cara a la próxima Cumbre.
López Obrador ha sido claro y terminante: las exclusiones de Cuba, Venezuela y Nicaragua son inadmisibles. De producirse una acción unilateral y discriminatoria, él no tomará parte de dicha Cumbre, lo que ratificó durante su reciente visita a Cuba. AMLO ha enarbolado con fuerza y claridad los fundamentos de la conocida Doctrina Estrada (definida por México en 1930, bautizada con el nombre de su secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, y reconocida internacionalmente como instrumento válido en las relaciones entre Estados).
La UK Encyclopedia of Law destaca su concepto capital: «The recognition of states should be based on its de facto existence, rather than on its legitimacy». Por esto México nunca rompió con Cuba, aunque en tiempos de Adolfo López Mateo (1958-1964), insistiera en la incompatibilidad del sistema establecido en la Isla con los principios hemisféricos imperantes.
En el contexto actual, AMLO no es una excepción. Posición similar ha sido asumida por el presidente de Bolivia, Luis Arce, en tanto los países del CARICOM expresan su desacuerdo con semejantes exclusiones luego de varias visitas recientes de sus jefes de Estado a La Habana. La CELAC se ha expresado en idénticos términos. Y hasta el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha anunciado —con otras miras— que no asistirá a la controvertida reunión. Pronunciamientos similares son esperados por parte de Chile, Perú y Argentina.
A la altura de mediados de mayo, el subsecretario de Estado de EE.UU. para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, argumentó que esos países (Cuba, Venezuela y Nicaragua) «no respetan la democracia» y manifestó que existe «poca posibilidad» de que se les invite. La Casa Blanca no ha hecho todavía el anuncio oficial en materia de invitaciones, pero varios de sus voceros oficiales han sugerido la segura exclusión.
De proceder a esta medida, Biden podría enfrentar su más importante revés en materia de relaciones hemisféricas. Si lo hace, un extenso consenso coincide en señalar que intenta con ello ganarse el voto latino y cubano, en particular en la Florida, para las próximas elecciones de medio término (noviembre 2022) y las presidenciales (2024).
Dicho posible revés se ve agravado por enfrentamientos en la definición de la agenda —todavía no anunciada—, donde se vislumbran fuertes debates en temas polémicos, como inmigración, comercio, inversiones, narcotráfico, finanzas, fuentes de energía, el punto relativo a una posible unificación monetaria para LAC —que viene presentada en la plataforma de Lula da Silva en las venideras elecciones brasileñas—, y cómo contrarrestar la creciente influencia económica de China y Rusia.
Es incuestionable que desde hace décadas la presencia de EE.UU. en el hemisferio occidental se ha debilitado en apreciable medida, razón por que diversos analistas insisten en la necesidad de recuperar el terreno perdido. Con costosas torpezas, como la que al parecer se propone la administración Biden, seguirán disminuyendo las posibilidades para una efectiva recuperación de dichas relaciones y se echan por la borda los pasos positivos que iniciara el presidente Obama y truncaran brutalmente Trump y su equipo.