Llegando a la otra orilla del río, allí mismo estaban los militares estadounidenses, quienes nos vieron incluso antes de llegar. “Vamos a ponernos aquí, que esta gente ya está cruzando”, fue lo que interpretamos todos viéndolos desde el agua. Nos pillaron en el río y nos clavaron la vista. Pero nunca hicieron ni el menor gesto por delatarnos, nos dimos cuenta de eso. Solo estaban esperando a que llegáramos. “Si llegas, te recibo, si te lleva el río, bueno, pero yo no estoy aquí para delatarte, ese no es mi trabajo”. Así entendimos el mensaje que nos estaban enviando.
La ruta migratoria centroamericana: testimonio de una migrante cubana (I)
Cuando tocamos tierra, se empezaron a acercar a nosotros. “Vamos, vamos, pónganse ropa seca que ya viene Inmigración a recogerlos”. Nos cambiamos ahí mismo, vimos bultos de ropa, zapatos, mochilas que habían dejado quienes habían pasado por ahí antes. Nos cambiamos, pusimos dentro de una bolsa los documentos y el celular. En eso se nos acercó Inmigración. “Están en Estados Unidos, somos de Inmigración. Y van a ser procesados. Por favor, apaguen los celulares. Ya están secos, nos vamos”. Y te guían y te montan en un van. Nada de esposas, ni de grilletes. En ese trance logré tirar una foto y grabar un audio para avisarle a mi familia, tanto en Estados Unidos como en Cuba, que había llegado a Estados Unidos, que estaba a salvo y no me había ahogado en el río.
En las carpas de Eagle Pass
El oficial que nos recibió era un mexicano. Yo empecé a llorar de alegría y me dijo: “Tranquila, ya estás aquí, eres cubana, no te preocupes que no te va a pasar nada. Te van a aceptar en este país. Yo sé que ustedes están aquí por Biden, pero por favor, cuando estén allá dentro voten por Trump”. Eso me llamó mucho la atención porque lo que menos queríamos nosotros a esa hora era hablar de política.
Nos dieron una bolsa y nos dijeron que echáramos ahí todo lo que llevábamos, nos quitaron las ligas del pelo, los cordones de los zapatos, aretes, prendas, todo. Y nos dijeron: “van para un centro de detención donde serán procesados”. Llegamos a ese lugar en unos pocos minutos.
El centro no era un edificio sino unas tiendas de lona. Unas naves grandísimas, enormes, en Eagle Pass, Texas. Al llegar nos revisaron. A mí me mandaron a subirme el abrigo que llevaba puesto para verme los brazos, y el pulóver para verme el torso. Ahí descubrí que tenía hematomas. Enseguida mostraron mucho interés en saber si yo era víctima, si me habían maltratado, golpeado o violado. Dije la verdad: que no, que eran moretones que me había hecho en el camino.
Nos entregaron entonces una planilla: nombre de padre y madre, país de nacimiento, dirección, si tienes una dirección en Estados Unidos, adónde vas, número de teléfono de la persona que se va a hacer cargo de ti en Estados Unidos… Empiezan a quitarte todo lo que traes en la bolsa y a botarte las cosas que no son necesarias. Yo traía escondido el pasaporte porque venía con la idea de que lo podía perder, y me sugirieron entregarme con el carné de identidad. Lo cosí entonces entre dos nasobucos. Así fue como lo pude pasar.
De ahí te llevan a un salón enorme, donde empieza la espera para que te llamen. Una espera larga, pero te invade una sensación de tranquilidad: “ya llegué”. Pero no es para una entrevista sino solo para registrarte en el sistema. Te toman fotos y huellas dactilares, luego te pasan para otro salón y tienes que esperar a que te llamen por tu nombre. Cuando te llaman, te ponen una manilla en la muñeca con la información del lugar por donde entraste y con tu nombre. De ahí te llevan para otro salón, en el que tienes que esperar a que te digan para dónde vas.
Ahí dividieron a nuestro grupo. Pusieron a los hombres en un lado, a la mamá con la niña en otro y a las mujeres en otro. Son como cubículos.
Laredo
Entonces nos trasladaron para Laredo. Un viaje bastante corto. En la carpa de Eagle Pass había un poco más de libertad, te podías mover, podías salir… en Laredo, no. Fue una sensación como de estar presos, detenidos. Ahí estuvimos cuatro días y en esos cuatro días nos topamos con todo tipo de funcionarios. El que solo hablaba inglés y te decía que no hablaba español, pero en el fondo sabías que te entendía.
En un momento determinado, por algo que hice sin darme cuenta, pero nada del otro mundo, uno me dijo: “señora, esta no es su casa, usted está detenida, usted es una criminal”. Yo me quedé callada porque temía que me afectaran el proceso y no me dieran los papeles. Pero al otro día nos topábamos con funcionarios de origen mexicano. Y era todo lo contrario. Nos daban comida e incluso atención diferenciada a una embarazada, y hasta nos pusieron una TV para ver películas.
Pero a todos nos trataban igual, al margen de nuestras nacionalidades. La única diferencia era al preguntar lo que iba a pasar contigo porque te pasas horas y horas sin saberlo. Y allá dentro la gente especula y habla sin saber. Entonces cuando ibas a buscar información con ellos, el funcionario te preguntaba siempre: “¿de dónde eres? ¿cubana? No te preocupes, tranquila, a los cubanos no los deportan, los cubanos entran fácil a este país”. Fue la única diferencia. A las que respondían: ”yo soy venezolana, colombiana, brasileña”… les decían: “bueno, tienes que esperar, te van a hacer una entrevista, te va a ser difícil”, etc. Pero las que más malas las tenían eran las mexicanas. Las deportaban a granel.
Allá dentro los únicos colores que ves son el blanco y el gris. No sabes cuándo es de noche ni cuándo de día. Había gente de El Paso, Mexicali, Piedras Negras… Mexicanas, colombianas, venezolanas, brasileñas… Una mexicana estaba traumatizada porque había sido secuestrada, pero ni con eso le dieron la entrada al país porque antes de que nos dieran a nosotros la respuesta de si íbamos a entrar o no, a ella le dieron la orden de deportación. Y eso lo hicieron con todas las mexicanas.
Nosotros pensábamos que nos iban a entrevistar por lo del miedo creíble, pero no fue así. Nos llamaban por grupos de 15, 20 personas. Nos acomodaban en unas cabinas telefónicas, a mí me preguntaron lo mismo que ya estaba en la planilla. Y ya. Intenté hablar acerca de mi miedo creíble, pero el oficial me dijo: “no, no, no, no, eso usted se lo tiene que decir al juez cuando le toque la fecha de la Corte”.
Me dieron la fecha: 12 de diciembre de 2023. Me puse nerviosa porque era mucho tiempo. Empecé a llorar, me pasaron muchas cosas por la cabeza y me dieron asistencia médica. Muy distinto a la carpa. Casi no había medicamentos, demasiada gente dentro. Me mandaron a tomar agua y a ponerme compresas de hielo en la frente.
Pues bien, al otro día de aquella entrevista me llamaron. Me pusieron en un grupo con más de 40 personas. Entonces fue que nos dijeron cómo íbamos a salir del centro de detención de Laredo. Me habían dado una planilla I-220 A, pero nunca me explicaron qué carajo era. Fue ahí cuando lo hicieron: “estás firmando un documento que dice que el gobierno de Estados Unidos te permite permanecer en el país hasta que llegue la fecha de tu Corte y puedas demostrarle a un juez tu miedo creíble. Él va a determinar qué hacer contigo, si te quedas o te deportan. Mientras tanto, el gobierno te va a dar un teléfono para tenerte bajo su radar”.
Y así fue: una vez a la semana tengo que mandarles una foto con mi ubicación de manera que sepan que estoy donde prometí que iba a estar. Solo tengo autorización para moverme 70 millas a la redonda del lugar donde estoy parando aquí en la Florida.
De El Cenizo al Aeropuerto Internacional de San Antonio
Volviendo a Laredo, te dan entonces todos tus artículos personales y te montan en una guagua después de decirte que van a llevarte para una iglesia o para una institución que se dedica a ayudar a los migrantes. En mi caso, me tocó una iglesia en un lugar llamado El Cenizo. Allí me contaron que había 35 instituciones de ese tipo en el pueblo. Pero no es del todo gratis, hay que pagar ciertas cosas.
Después de estar un tiempo con ellos, eso depende de tus condiciones y apoyo familiar, te mueven hasta la terminal del pueblo para que cojas una guagua y llegues al aeropuerto de manera que puedas aterrizar en tu destino. Pero, de nuevo, tienes que pagar ese viaje, de la misma manera en que hay que pagar por el boleto de avión, que fue cubierto, naturalmente, por mis familiares en este país.
En fin, me dejaron en aquella terminal de Laredo para coger una guagua hasta la de San Antonio, Texas. Alrededor de tres horas de viaje. Una vez en la terminal, tienes que gestionarte tú misma cómo llegar al aeropuerto para montarte en el avión.
Salí como atontada del centro de detención. Lo único que quería era llegar a mi destino y estar de una vez por todas con mi familia. Al salir de la terminal empiezo a ver los edificios, los rascacielos. Empiezo a ver Estados Unidos. “Estoy en Estados Unidos”, me dije a mí misma como si no fuera verdad. Salí de Cuba con la idea de que iba a disfrutar las cosas de este país, que iba a tener todo lo que no tenía en Cuba, que me iba a deslumbrar. Y no fue así.
Cuando me bajé en el aeropuerto lo primero que me deslumbró fue el aire en la cara. Nunca lo había disfrutado tanto. No sé si por haberme pasado cinco días detenida, sin saber cuándo era día o noche. Y junto con ese aire en la cara, una sensación de libertad, no sé si por eso mismo o por lo ahogada que me sentía en Cuba. Caminar libremente, sin ningún miedo, fue una sensación maravillosa.
Yo tenía el boleto electrónico para el siguiente día, pero preferí irme antes, dormir en el aeropuerto y no quedarme en aquel albergue; tampoco quería correr el riesgo de perder el vuelo en caso de producirse alguna contrariedad en el tramo de Laredo a San Antonio.
El aeropuerto cierra las cafeterías y restaurantes a una determinada hora, pero la policía de allí tiene un lugar donde le dan refrigerios a los migrantes, son tantos. Quise imprimir el boleto electrónico y me acerqué a un funcionario del aeropuerto. Aparte de imprimirlo, me puso un sticker en el celular que decía en inglés: “yo no sé hablar inglés, por favor ayúdeme a encontrar la puerta”. Te lo dan porque muchas personas tienen que hacer vuelos de conexión en diferentes aeropuertos para llegar a sus destinos y no saben ni papa del idioma.
Yo no tuve ese problema porque lo machaco un poco. Hice escala en Houston y me monté en el otro avión que me llevó a mi destino. Jamás había visto un aeropuerto tan grande, ni un tráfico tan grande de aviones. Eso me llamó mucho la atención.
Y aquí estoy, prácticamente acabada de llegar. Y con un mundo de cosas por delante.