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¿Por qué AMLO debe ir a la Cumbre de las Américas?

En su interacción mañanera con los periodistas, tras una gira por tres países de América Central y Cuba, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) anunció que valoraba no asistir como jefe de estado a la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, Estados Unidos. Así sería si el país anfitrión excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela.

El mandatario explicó que México no se retiraría de la Cumbre, pero estaría representado por el canciller Marcelo Ebrard. Entre las razones que esgrimió figura el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, del cual la exclusión de la Cumbre sería la más simbólica expresión. 

Razón tiene el presidente mexicano al denunciar el bloqueo a Cuba como «indebido e inhumano». Es una guerra económica que viola hasta consideraciones humanitarias que serían protegidas en conflictos armados. En medio de la más fuerte pandemia que haya asolado al mundo, Estados Unidos ha perseguido y bloqueado transacciones financieras y donaciones de ventiladores y mascarillas por el solo hecho de que se usa el dólar.

«Es un asunto de derechos humanos —dijo AMLO— que tiene que ver con la soberanía e independencia de los pueblos y con la no intervención y con la autodeterminación de cada país». 

Cualquier observador objetivo coincidiría con el presidente de México en que el bloqueo contra Cuba no sirve a los intereses y valores de Estados Unidos, ni de los estados latinoamericanos y caribeños. A pesar de los remilgos que ahora exhiben algunos críticos mexicanos, como el embajador Arturo Sarukhan, AMLO continúa una tradición que compite con el tequila. 

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Arturo Sarukhan (Foto: El Economista)

México ha condenado el bloqueo —en esos términos— desde su establecimiento,  lo que incluye a los gobiernos de los presidentes Fox y Calderón, cuando la relación con Cuba se deterioró. Su referencia a «grupos políticos en Estados Unidos que apuestan a la confrontación y que quisieran tener rehenes a los pueblos de América Latina y el Caribe, como es el caso del bloqueo a Cuba, que es muy promovido por políticos cubanos», ha sido confirmada hasta por el presidente que firmó la ley Helms-Burton. Bill Clinton escribió en sus memorias que «fue una buena política para las elecciones de 1996», pero «un desastre en política exterior».

El costo de oportunidad de este test de liderazgo desaprobado en las relaciones Estados Unidos-América Latina, se incrementa en la actual coyuntura, precisamente por los cambios ocurridos en las relaciones hemisféricas. Justo en La Habana, capital de un latinoamericanismo radical, que insiste en una integración decimonónica sin Estados Unidos, AMLO expresó a sus amigos cubanos, en el pasaje más subvalorado de su discurso, que habría que «hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos o de oponernos en forma defensiva (…) en vez de cerrarnos debemos abrirnos al diálogo comprometido, franco y buscar la unidad en todo el continente americano».  

¿Por qué desaprovechar ese consenso para discutir temas sustantivos de migración, pobreza, integración en salud y economía, en una cumbre hemisférica precisamente en Estados Unidos? No tiene sentido que luego de que la administración Obama sacara la política de Estados Unidos del atolladero de décadas, Biden insista en ser un Trump 2.0, excluyendo a Cuba, lo que ni siquiera intentó el magnate inmobiliario en la VIII Cumbre de Perú. 

¿Puntos o diferencias?

Todo eso es cierto, pero aun así, la diplomacia mexicana y sus aliados en el continente deben valorar las consecuencias de una ausencia presidencial, quizás secundada por unos cuantos, respecto a la Cumbre de los Ángeles. La pregunta relevante no es cómo hacer el punto retórico contra una cumbre excluyente de la que se hablará poco en un par de meses, sino cómo hacer la diferencia al usar la atención que genera dicho evento para avanzar la posición de los grupos que dentro de Estados Unidos, y específicamente dentro del Partido Demócrata, procuran levantar las sanciones contra la Isla. 

Si Biden termina por no invitarla, Cuba misma, con frío cálculo, debería exhortar a que todos sus aliados vayan a Los Ángeles, y que discutan allí, desde dentro, una estrategia de cooperación hemisférica con Estados Unidos difícil de implementar debido la cerrazón estadounidense hacia Cuba. 

El tema migratorio es un ejemplo. México y otros países centroamericanos que son afectados por el tránsito de la masiva migración cubana hacia la frontera sur de Estados Unidos, deben poner sobre la mesa la responsabilidad estadounidense en tal crisis. Desde 2017, Estados Unidos ha incumplido los acuerdos firmados en 1994-1995 con Cuba, que incluían el compromiso de entregar por lo menos veinte mil visas anuales para la emigración legal cubana.

Si de «causas de raíz» de la emigración se trata, la política de bloqueo —que desde Trump incluyó restricciones a las remesas y los vuelos a las provincias de Cuba hasta para los cubano-americanos—, es una de las principales.

Para que de la cumbre trascienda una narrativa por la que Estados Unidos se comprometa a revisar cómo sus sanciones —unilaterales, ilegales y violatorias de la soberanía de Cuba y otros estados— agravan las condiciones que empujan a los cubanos a emigrar, hay que participar en la misma al mas alto nivel.

Si finalmente Biden se comprometiera a levantar las restricciones a las remesas y los viajes, y abrir la embajada en La Habana para cumplir desde 2022 y en adelante la entrega de las veinte mil visas, tal diferencia sería más importante que cualquier punto retórico contra su administración.

Otro tanto sucede con la cooperación panamericana en temas de salud. Contrario a la administración Obama, que cerró el programa de promoción de deserciones en las misiones cubanas de salud internacional, la administración Trump procuró estigmatizar la presencia de doctores cubanos salvando vidas por el mundo como «trabajo esclavo». 

Con el guiño de la anterior administración, grupos que reciben financiamiento supuestamente para promover los derechos humanos, han iniciado cínicos procesos judiciales en cortes estadounidenses contra la Organización Panamericana de la Salud (PAHO), por auspiciar tal cooperación que ha salvado vidas a cientos de miles y curado otros tantos. 

La administración Biden, en la que sirve como directora de la USAID la embajadora Samantha Powell, quién alabó en octubre de 2016 la cooperación médica estadounidense con Cuba en África Occidental; no ha dado paso alguno para relanzar en Haití, o en cualquier parte del mundo, esa «victoria de la humanidad sobre las diferencias ideológicas». Tampoco ha ido a las cortes a defender las inmunidades de PAHO, garantizadas por leyes norteamericanas.

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El presidente Obama, Samantha Power (en el centro) y Susan Rice.
(Foto: A. H./Bloomberg)

AMLO acaba de firmar con Cuba un convenio para llevar médicos en función de asistencia primaria, a áreas del sur mexicano con niveles desfavorables de salud. Otros países latinoamericanos, como Honduras, han mostrado interés en seguir estos pasos. 

Si la cumbre se convoca con el fin de lograr una estrategia continental de salud post-Covid-19, hay un espacio grandísimo para exigir un retorno a la era de Obama, no solo desde la defensa de la soberanía sino de los intereses sanitarios y los derechos humanos. Que PAHO salga protegida de la cumbre y se relance la cooperación de salud entre todos los estados hemisféricos, incluyendo Cuba, es más importante que cualquier declaración o acto gallardo, por tangible que parezca la ganancia a corto plazo. 

En lo que refiere al objetivo de promover la democracia y los derechos humanos en el hemisferio, ¿cómo han contribuido las sanciones norteamericanas contra Cuba a ese propósito? El que crea que el bloqueo se concibió o sirve a esos designios impidiendo el desarrollo de Cuba hasta en su sector privado, que compre el puente del Almendares.

Desde su esbozo durante la administración Eisenhower hasta hoy, esa política imperial fue guiada por un anticomunismo a la vez antidemocrático que, aliado con las dictaduras de derecha, solo desprestigió la causa de los derechos humanos con su doble discurso.  

¿No sería mejor aprovechar la actual coyuntura —con líderes de izquierda o progresistas en los gobiernos de México, Argentina, Bolivia, Honduras, y otros que con gusto objetarían las sanciones en la cumbre— para promover una narrativa que denuncie al bloqueo no como una promoción sino como una violación de los derechos humanos? 

¿Cuándo como ahora van a tener esos líderes una tribuna al interior de Estados Unidos? Si los gobiernos latinoamericanos que anuncian no ir, quieren hacer una diferencia, que creen un grupo de trabajo a nivel de viceministros para una campaña de relaciones públicas contra el bloqueo a propósito de la cumbre en Estados Unidos. Claro que declarar no asistir es más simple. Y fácil. 

Otro elemento a sopesar es las coyunturas políticas en Estados Unidos y México. En ambos países se avecinan elecciones presidenciales en 2024. La cumbre es el momento supremo para demostrar que AMLO y Biden pueden aparecer juntos en la comunidad de Norteamérica y cooperar con madurez. Si Biden no se eleva a ese liderazgo por cortas miras de elecciones de medio término en Florida, donde ya los demócratas están en problemas, no justifica que AMLO reaccione con una riposta irreflexiva. 

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(Foto: Alexandre Meneghini/AP)

La alternativa a Biden en 2024 no sería un «buen vecino», sino un retorno a las políticas bravuconadas de Trump o algunos de sus clones en el Partido Republicano. México, como país latinoamericano en la frontera con Estados Unidos, tiene temas de «dignidad latinoamericana» tan importantes como Cuba que avanzar ante Estados Unidos y la cumbre le brinda importantes oportunidades. 

Sería irónico que el presidente mexicano de izquierda que pudo entenderse con Trump, ponga en riesgo la posibilidad de elevar la relación amistosa que ha desarrollado con Biden en el entendimiento de que los problemas entre América Latina y Estados Unidos deben resolverse con diálogo y cooperación.

El tiempo es una de las variables más importantes en política. Hoy es difícil anticipar cómo un desaire de AMLO a Biden, por justo que parezca dada la «rémora de política intervencionista de más de dos siglos», contribuya a promover la mejor alternativa real existente para América Latina-dígase Biden- frente a sus opositores. 

En México también se complica el panorama político para 2024. Según la última encuesta del periódico Reforma, AMLO disfruta de una ventaja amplia de popularidad (62% de aprobación) frente a sus oponentes, pero se acerca al fin de su mandato sin decidir todavía su sucesor en la candidatura de MORENA. Tales elecciones siempre crean fractura, y un triunfo de la izquierda no es un hecho asegurado ante una oposición que empieza a caminar inciertamente hacia la posibilidad de candidaturas unidas al congreso, y quizás incluso a la presidencia. 

En el debate sobre política exterior mexicana se incluyen temas como la postura gallarda frente al bloqueo de Estados Unidos a Cuba, pero este no es prioridad en «la relación más compleja entre dos países», como la denominara la ex-secretaria de Estado Madeleine Albright.

La política mexicana será juzgada no por ser la mejor para EE.UU. pero tampoco para Cuba, sino por servir primordialmente a los intereses y valores de México. Cuba debe entender esto y preguntarse si no sería preferible proteger al mejor aliado que tiene en el país azteca, allanando la elección de un miembro de MORENA a la presidencia en 2024. 

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Madeleine Albright (Foto: Getty Images)

Al condicionar su asistencia en calidad de jefe de Estado en Los Ángeles a la presencia cubana, como hiciera públicamente, AMLO no ayuda a Biden a manejar la legítima objeción mexicana a una cumbre excluyente. Una aceptación norteamericana a un condicionamiento mexicano de tal naturaleza no tiene precedentes en la historia y la cultura política estadounidense. 

Es perentorio para México y América Latina, que AMLO evite el entusiasmo y la preferencia de una parte de su base política por el conflicto con Estados Unidos por mero interés en exhibir rupturas con un pasado de subordinación. La medida del triunfo de una opción soberanista en el tema Cuba no son los puntos que se declaren, sino cuánto se avance en el desmantelamiento de las sanciones inmorales, ilegales y contraproducentes. El campo decisor de ese progreso está en Estados Unidos. Es allí donde los líderes latinoamericanos no deben evadir oportunidades. 

El canciller austríaco Metternich, artífice de la gran coalición europea anti-napoleónica, definía la mediocridad diplomática como «la obsesión con obtener ganancias tangibles sacrificando oportunidades para el avance de posiciones». «Todavía no se resuelve», fue la mejor respuesta de AMLO para avanzar las posturas anti-bloqueo a la pregunta sobre si iría a la cumbre de Los Ángeles. Cada declaración de buena voluntad hacia Biden antes de la cumbre es otra flecha en el carcaj para estigmatizar el bloqueo y sus partidarios dentro de ella.

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