El 29 de septiembre de 1990 ante un numeroso grupo de personas, sin la cuidada figura de años anteriores, despojada de lentejuelas y caros abrigos, sin sus excéntricas pestañas, sin recurrir a un apasionante grito… Lupe cuenta parte de su vida a los hermanos de religión. Entre los asistentes, probablemente, algunos desconocían que se trataba de una venerada artista de la música latina.
Sobre el púlpito la intérprete hace un recuento de los descalabros en su carrera como cantante, responsabiliza a la “fama” de tales “tropiezos” y así, en poco más de una hora, asume de manera voluntaria los pecados ante Cristo, declarándose finalmente una mujer libre. Un sermón bien preparado y nos atrevemos a decir que muy inteligente de su parte.
Aquella señora necesitaba hacer balance y narrar—antes del final— una historia diferente. Sin embargo, durante casi una década, los intentos de construir una (nueva) imagen conforme a la semejanza de Dios no fueron del todo exitosos. Ya Lupe Victoria Yoli Raymond había instaurado un estilo y contra eso ni ella misma pudo.
Dos años después de su famosa mea culpa, fallecería víctima de un ataque al corazón.
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Carcajada final
Entendemos el “terremoto musical” de La Lupe sobre el escenario cuando miramos a la mujer que está detrás de las cortinas. Hay sucesos que pudieran justificar su alocado comportamiento: una contradictoria educación familiar, penurias económicas, el deseo de triunfar a pesar de todo, más una personalidad que nunca supo cómo regular las emociones y comportamientos… Todo ello dio paso a un manantial de anécdotas entre gemidos, patadas, caídas que todavía van de boca en boca.
Pero nadie que se atreva a valorarla justamente puede soslayar la época que le tocó vivir, los sucesos históricos que cobraron vida a su alrededor. De ahí que aquel caso “sico-somático” mortificara a unos cuántos y entusiasmara a otros en una Habana liberal y al mismo tiempo renuente a determinados cambios.
A la altura de 1960 el periodista Luis Agüero en la páginas de Revolución intuía que La Lupe se había “adelantado demasiado”, que era un fenómeno “imposible de explicar”, “el más poderoso acontecimiento artístico» en mucho tiempo.
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Se sabe que el romper reglas y nadar a contracorriente provoca numerosas consecuencias negativas a quien se atreve a desafiar el statu quo. Y La Habana de entonces no estaba preparada para una artista de tal envergadura, tan diferente. Hoy, tampoco.
Aprendimos después, a través de una Elizabeth Noelle-Neumann, cómo la sociedad misma amenaza con el aislamiento a aquellos individuos que expresan posiciones contrarias a las mayoritarias. A lo mejor todo eso influyó para que La Lupe buscara otros derroteros, otros rumbos que la condujeron felizmente al estrellato internacional.
Y para quienes todavía “naufragan” en sus enloquecimientos y furores (como si fuese lo más atractivo) sugerimos lo más importante: examinar las cualidades vocales de la intérprete y esa extraordinaria capacidad de transitar de un género a otro sin dificultad. Obligatoriamente hay que oírla en un golpe tocuyano para comprobar que aquella santiaguera no tuvo fronteras.
Ni diabla, ni santa
Creemos que entre las artistas cubanas la que mayor respaldo ha recibido por parte de investigadores, musicógrafos y periodistas es La Lupe. Y lo demuestran todos los documentales realizados, homenajes, reseñas, valoraciones… Respetados autores como Rosa Marquetti Torres y Roberto Pérez León han ido tras sus pasos con minuciosos análisis y acertadas evaluaciones que nos permiten entender el dinamismo, la distorsión y decoración de su personalidad.
En el campo literario nos detenemos en un autor dominicano que también se dejó llevar por los embrujos de la Yiyiyi. Además de periodista y escritor Rafael Darío Durán es un melómano empedernido.
“Me atrapó su personalidad y decidí escribir una novela. Visité la ciudad de Nueva York, rondé por donde ella vivía, visité la iglesia donde se congregaba. Aquí en mi país, consulté en varios lugares donde se presentaba, en fin. Creo que fue ella quien me escogió para que escribiera esa novela”, nos confiesa.
Con el diablo en el cuerpo es el título de la novela con la que Darío Durán rinde homenaje a la mítica cantante cubana. Con depurada calidad narrativa—resaltan algunos críticos—el autor cuenta la vida de Josua Stanley, cocolo mestizo romanense que emigra a Cuba en las postrimerías del trujillato con la ilusión de convertirse en mecanógrafo del escritor norteamericano Ernest Hemingway.
En los avatares por la realización de su estrambótica idea, se encuentra en un cabaret habanero con la novel cantante Victoria, La Lupe, con la que establece una relación sentimental que apenas sobrevive, por la personalidad masoquista del personaje, todo un antihéroe que satisface las pasiones sádicas de la díscola bolerista.
“Pienso que La Lupe se adelantó a su época, que su estilo irreverente es y sigue siendo único, que su vida la convirtió en un personaje de novela, ya que estuvo en la opulencia y murió prácticamente en la pobreza. Con el diablo en el cuerpo tuvo una gran repercusión en el país y en Latinoamérica, modestamente hablando”, sostiene Darío Durán quien acaba de presentar su más reciente obra: El intrigante diario de Poquita Fe en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña de su país.
Así, en novelas, obras teatrales, en el cuerpo de los transformistas que noche a noche invocan su espíritu, en la playlist juvenil con Dua Lipa o Bad Bunny, en el cristianismo y la santería, en San Pedrito, El Bronx o San Juan, en el cielo y en la tierra, La Lupe sobrevive como pocas. A pesar de las modas, de las pandemias, de los gobiernos.
Han pasado treinta años desde su muerte y el mito que creó sigue fascinando a miles.