Pasan los días, no la tristeza; se detiene un grupo de rescatistas, apenas un rato para reponer fuerzas, pero no el rescate, que otro grupo emprende, como todo lo que lleva en su esencia la huella movilizadora del amor.
Sigue la vida, pero no al ritmo desenfadado con que solemos decir la frase cuando inexorablemente ocurre un deceso. Esto es distinto. Un accidente duele mucho más que el adiós inevitable al que conduce el natural curso de la existencia. Un accidente que trunca al mismo tiempo vidas, proyectos, y un trozo hermoso de la ciudad…. Apesadumbrado se respira el aire; pesan las piernas, los hombros. No hay un rincón del país donde no se hable del Saratoga. Cuba no duerme; está atenta.
El sobrecogimiento no es, sin embargo, motivo para el suspenso. Gobierno, PNR, cederistas, maestros, médicos, enfermeros, pueblo en general… extienden los brazos para ofrecerse en lo que se precise, y atenuar con actos, los efectos del daño. El Presidente Miguel Díaz-Canel –por tercera vez desde que tuviera lugar la explosión–, se presentó ayer en el sitio arruinado, para chequear todo lo concerniente a las acciones de rescate, restauración, situación de los damnificados.
Hay dolor, pero hay mucho que hacer. Y es en eso en lo que está enfocado el país, conducido por sus dirigentes. Salvar, limpiar, proyectar, construir, dignificar… porque para los héroes que se exponen al peligro del desplome y el polvo, es también prioridad el irrestricto respeto por el cuerpo hallado sin vida.
De las páginas vividas por la Isla no se podrá borrar jamás lo sucedido en el Saratoga, un hotel que, tras dos años cerrado a causa de la pandemia, se disponía por estos días a abrir sus puertas. Toca ahora reparar, acompañar, sacar fuerzas de la fuerza, emprender juntos el necesario renacimiento del área afectada y el apoyo completo a los que más han perdido.