Por los mismos días en que finalizaba la telenovela cubana Tú, Multivisión concluía la transmisión de Recursos inhumanos (2020), miniserie francesa en seis capítulos, producida por el canal Arte France y Mandarin Télévision. Era como para no pasar inadvertida por varias razones: sin dejar de apelar a la intriga, se eleva, por mucho, de la medianía de la mayoría de las producciones que suele depararnos la programación de nuestro canal; llegó de la mano de un director que también se eleva por encima de los procedimientos rutinarios, el libanés Ziad Doueiri, realizador de El insulto (2017), penetrante retrato de la explosiva atmósfera etnosocial del Estado árabe con costa mediterránea; y versiona a la pequeña pantalla una novela del francés Pierre Lemaitre (también involucrado en el guion), uno de los más leídos y aplaudidos autores de su país en los últimos años, ganador del Premio Goncourt.
Por si fuera poco, incorpora al elenco a Eric Cantona (Alain Delambre, desempleado de 57 años), conocido entre los aficionados al fútbol por su rutilante paso por el Manchester en los años 90, y por los 20 goles que anotó entre 1987 y 1995 con la selección nacional, y Suzanne Clément (la esposa de Delambre), una de las más elogiadas actrices canadienses en lo que va de siglo.
Todo ello fuera mero valor añadido si la historia, y el modo de abordarla, no tuvieran impacto dramático, densidad temática y desgarradora vigencia como para sobreponerse a los tópicos narrativos de los audiovisuales de acción que predominan hasta la mitad de la serie, y los que parecieran sumergirnos en las aguas tradicionales del drama legal genérico, tantas veces visto y revisto.
Porque desde la superficie –enérgica y viva en su trazado argumental– hasta el fondo –las motivaciones de los personajes, la incandescencia de las situaciones climáticas y la agudeza para revelar un estado de cosas en el cual imperan la desesperación y las miserias humanas–, Recursos inhumanos es una operación de descenso a las interioridades del capitalismo salvaje, que considera a las personas meros activos desechables.
Un protagonista expulsado del mercado laboral, que se presta a ser manipulado por espurios intereses corporativos y termina por salirse del libreto que debe ejecutar –una toma de rehenes que no es más que un juego de roles para saber quién es o no fiel a las implacables reglas de la empresa–, desata una cadena de acontecimientos en la que el cinismo, la insensibilidad, la extorsión y las alianzas subterráneas entre poderes económicos, judiciales y políticos conducen a un nuevo estadio de la alienación como valor social aparentemente naturalizado.
Cuando, en el último capítulo, Charles (Gustave Kervern), cómplice y víctima junto al protagonista, estrella su camión contra el autor del pérfido ejecutivo transnacional Alexandre Dorfmann (Alex Lutz), se inmola para recordarnos lo que Marx entendió por alienación: la pérdida del trabajador en el modo de producción capitalista para pensarse a sí mismo como rector de sus acciones y tomar conciencia de su necesidad de emanciparse.