LA HABANA, Cuba.- Entre todos los trabajadores cubanos que han laborado en entidades estatales durante estos largos años de poder castrista casi existe consenso acerca del deficiente accionar de los sindicatos oficialistas. Es sabido que, en general, estos gremios oficialistas sirven más para transmitir las directivas de la cúpula gobernante, y menos para defender los intereses de los trabajadores.
Tal vez la única tarea que cumplen exitosamente estos sindicatos es el cobro de la cuota sindical a sus afiliados. Una cuota con que se sustentan las parasitarias estructuras superiores de estos sindicatos, a nivel municipal, provincial y nacional.
Comoquiera que los trabajadores apenas valoran la labor de los sindicatos oficialistas, casi nunca le dan importancia a la elección de sus dirigentes a nivel de base. Muchas veces esa elección se hace para salir del paso, lo que implica que no sean los trabajadores más idóneos quienes ocupen las responsabilidades en los sindicatos.
Por otra parte, las asambleas mensuales de producción o servicios, calificadas por el discurso oficialista como uno de los sucesos más importantes en la vida de cada centro laboral, en la práctica trascurren como citas meramente formales, donde las administraciones brindan informaciones tecnicistas que pocos entienden, mientras que la masa de trabajadores bosteza de aburrimiento. Ni siquiera las asambleas donde se presentan —el oficialismo prefiere llamarlas “donde se discuten”— los planes anuales de producción o servicios escapan de semejante rutina.
Tal estado de opinión sobre el pobre funcionamiento de los sindicatos oficialistas ha llegado ya a los medios de difusión controlados por el régimen. En ese contexto se inscribe el artículo “¿Cómo funciona mi sindicato?”, aparecido en el periódico Juventud Rebelde, en su edición del pasado 1ro de mayo. Aquí se mencionan algunas de las deficiencias que lastran el trabajo de las secciones sindicales en empresas y entidades estatales, como los formalismos excesivos, el reduccionismo en sus métodos y gestión, y el dañino burocratismo que carcome los procesos al interior de cada lugar.
Varios profesores universitarios, tras exhortar a la oficialista Central de Trabajadores de Cuba (CTC) a hacer más visible sus métodos y estilos, apuntaron que “muchas veces escuchamos, ¿dónde está el sindicato?, y vemos a las personas que abren los ojos o hacen un gesto como preguntando qué cosa es eso”. O sea, que se tata de trabajadores que ni conocen de la existencia de un sindicato en su centro laboral.
Otro planteamiento esboza lo que debía ser —y en la realidad casi nunca es— la manera de actuar de un dirigente sindical: “El o la líder sindical no puede tener miedo a decir lo que tenga que decir en el lugar correcto. No puede ser desapegado de su colectivo. Y tiene que meterse cuando una medida empeora o no favorece las condiciones de trabajo de sus compañeros”.
Un elemento que no falta en el discurso de los gobernantes cubanos, heredado de la teoría marxista-leninista, es el que insiste en que la clase obrera ostenta el poder en sociedades como la que existe en la isla. Por tal motivo, y es lo elemental que pudiera suceder, los secretarios generales de las secciones sindicales en empresas y entidades debían ser componentes activos de los consejos de dirección en esas instancias.
Sin embargo, la realidad indica que en muchos lugares no ocurre así. Hay centros laborales en que sencillamente no forman parte de esos consejos de dirección, mientras que en otros asisten a las reuniones de esos consejos, pero sus opiniones —en caso de que las emitan— apenas son tomadas en cuenta.
Lo anterior clasifica como otra de las razones con que cuentan los trabajadores cubanos para no confiar en los sindicatos oficialistas.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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