En 2016, Carlos L. Zamora (Matanzas, 1962) obtuvo el Premio Internacional de Poesía Caribe-Isla Mujeres, de México, con el libro Bitácora, del que poco pudimos conocer por acá. Ahora, Ediciones Matanzas, bajo el sello Caja Negra, nos da la oportunidad de leer este cuaderno de 19 poemas escritos en prosa, que tienen como motivación las visitas que hiciera el autor a Europa, pero que se alejan prudentemente del tópico de los recorridos, el deslumbramiento ante lo visto o la presunción del que ha tenido la experiencia del viaje.
Antes de entrar en la sustancia del libro, Carlos L. Zamora ofrece un preámbulo, a la manera de las oberturas, con el texto Antes de partir, para colocarnos en las líneas del viaje, su Viaje: el sueño antes de entrar en él, la evocación luego, la persistencia de esa sensación de trance que permanece y que le acompaña en una especie de ejercicio espiritual hacia la aventura, el conocimiento, la hermandad y, por supuesto, el correlato de la poesía.
Dice Carlos, casi como un signo, en el poema 2 del que titula Barajas: «El viaje, que sangra en la sien…».
El poeta, que llama crónicas a sus textos, se da la oportunidad de ser dos: el que tiene una existencia ordinaria, según revela, y el que construye con su experiencia la antropología de un lenguaje que lo supera en su simpleza humana y lo termina restituyendo para un espacio revelador de belleza, contrariedad y comunicación, muy personal.
Carlos L. Zamora, quien es además narrador, autor de la novela En la mañana viva o Tan cerca hemos dormido, premio Guillermo Vidal, en 2011, posee una agudeza notable para la penetración de los ambientes, y el captar con soltura los detalles de instantes físicos y emocionales de los contextos que le ocupan. Una sagacidad que en estos poemas de Bitácora se revela como una rúbrica de estilo, de la que se sirve muy bien la escritura poética para mantener el tono, la cadencia de una voz cruzada por la nostalgia, el peso de la intimidad y la indicación de un lenguaje seguro. Sin atascos o demasiado trato con lo común supuesto. (Aunque sepamos que el autor nos está dando fe de esas experiencias que lo han llevado lejos, a escenarios diversos, la lectura es siempre aquí una opción para contemplar con inquietud, para escoltar o verificar desde el descubrimiento).
¿Una pátina puede / ser la forma piadosa del tiempo? ¿El instante en que / observo puede ser la corteza? / Tararea la llovizna. Soy un escarabajo de alas húmedas / Ofrezco el abrigo, el dolor como otra brasa / No están los huesos pero hay un murmullo sobre el rumor / brutal de las esteras, unas palabras que son ahora ceniza / y que llenan el aire. (Plaza de Wenceslao, página 27).
Y así transcurren en su poesía los monumentos, las plazas, mercados… Bruselas, París, Nápoles, el teatro, un concierto, las ansiedades del habitante de islas, del viajero que «renueva los billetes en la espera, que parece tan larga / como el vaso de la felicidad». (Mirasierra, página 13).
Una Bitácora cuyo hilo tensor es el relato unitario de esos sitios en los que se está atento, participativo; en algunas ocasiones sentencioso, metafórico, con pesar y regocijo, y que resulta al fin un punto de hallazgo, de extrañamiento, no solo ante lo otro, sino ante el ser que es el escritor en su estructurada melancolía poética.