Tenía todas las trazas de un experimento y al final lo fue en parte, para satisfacción de unos y frustración de otros, particularmente aquellos que creyeron que con un director de cine de probadas credenciales, que confesó públicamente que no le gustaban las telenovelas cubanas y nunca había hecho una, estarían en presencia de una radical renovación del género. Tampoco ayudó mucho la promoción en torno a que Tú vendría a ser la telenovela de todos.
El capítulo 56 y final conformaría lo que ya se veía venir: las reglas de juego de la telenovela terminaron por cumplirse: un chirrín chirrán donde las piezas encajaron, los conflictos principales se solucionaron y el telespectador sintió alivio ante las penas disipadas y abismos clausurados.
Pero entre la promesa –yo esperé que la anunciada centralidad del tema de los implantes cocleares tuviera mayor peso– y la realidad, Léster Hamlet aportó novedades sorprendentes que deben ser tomadas en cuenta, las más destacadas en el orden de la realización y la banda sonora.
El minucioso trabajo de la fotografía –contó para ello con Ariel Navarro, por suerte no contaminado con las rutinas que desdibujan el oficio– legó una caligrafía visual que en más de una ocasión salvó la chatura de una escena y le dio consistencia y coherencia a una propuesta que se resintió por otros factores que haremos notar más adelante. Empaque fotográfico que no operó en el vacío, puesto que la escenografía y el diseño de vestuario –verdadera lección de reflejo del carácter de los personajes– se integraron coherentemente al discurso visual.
La música fue protagonista indiscutible de la telenovela. Desde la Nana del adiós, sensiblemente entregada por Ivette Cepeda, hasta las canciones que anclaron la mirada y el oído de los televidentes, Tú reveló la pasión y el conocimiento de Léster.
Músicos que se desdoblaron como actores y actores que se desdoblaron como músicos resultó una experiencia enriquecedora para el público y los propios artistas. En mi caso, con Alfonso Arau y Héctor Quintero en la memoria, me hizo pensar en la potencialidad de desarrollar en la Televisión Cubana una línea de trabajo que distinga la revista y la comedia musical en su más amplio espectro, desde la recuperación del bufo hasta los más actuales planteamientos.
En cuanto a los temas asumidos y las historias contadas, la dimensión coral trajo ganancias y pérdidas. Es legítima la ambición de escrutar las diversas Habanas –la capital no es Cuba–, los pulsos familiares, las complicaciones sentimentales y su reflejo en las relaciones interpersonales y el tejido social, las actitudes ante las adversidades de la vida y el modo de superarlas, sin caer, afortunadamente, en pretensiones sociológicas. Cada historia se explica por sí misma; ni el trío de guionistas (Amílcar Salatti, Yoel Infante, Eduardo Vázquez), ni el autor de la idea original (Alberto Luberta Martínez), ni el director se pusieron por encima de los acontecimientos como dictadores omniscientes de lo que debía suceder.
Pero la coralidad afectó el balance interno de no pocos capítulos y en más de un momento dejó, de una parte, cabos sueltos, y de otra, reiteraciones innecesarias que enlentecieron segmentos de la trama.
También es legítimo apelar a diversos tonos en la presentación de los conflictos; nada está escrito acerca de la incompatibilidad entre realismo, melodrama y farsa, solo que la dosificación pudo ser mucho mejor repartida.
Léster Hamlet es un buen director de actores; sabe lo que quiere de estos y cómo sacar partido a la construcción de personajes. Hubo apuestas seguras y otras arriesgadas, pero en sentido general salió adelante. ¿Descubrimientos? Una Yordanka Ariosa visceral y convincente, una Alicia Hechevarría que supo imprimir densidad a un papel en apariencias monocorde, y un Herón Vega que encarnó el personaje de su vida.