Entre tanto sumar y restar, multiplicar y dividir, cuentas y más cuentas que van y que vienen, que se ajustan y reajustan, que suben o bajan —hace recordar aquel estribillo: “tengo una bolita que me sube y me baja…”— podríamos obviar, tras el cruce de la comprometedora raya del Día cero, que, como enseña El principito, no pocas veces lo esencial es invisible para los ojos.