Muchos albergaban la posibilidad de que fuera una noticia falsa. De que el domingo no se empañara con la muerte de quien tanta felicidad, sonrisas y premios regaló a su familia, amistades y al judo cubano. Estela Rodríguez murió de un infarto y lo primero que viene a la mente se resume en una exclamación: ¡Qué difícil no tenerte ahora!
Decir que fuiste la primera campeona mundial de Cuba entre ippones (1989), recordar tu condición de doble subcampeona olímpica (1992 y 1996) o tus decenas de títulos panamericanos, regionales o en Europa no bastan en estos minutos de infinito dolor para describir al ser humano que desbordaba ternura y cariño fuera de los tatamis, que jaraneaba con haber sido una criollita Wilson a sus 15 años, y que jamás cambió a sus hijos y a su Cuba porque “aquí yo soy feliz”.
Estela me brindó una amistad sincera y fue una de las primeras deportistas que pude entrevistar. Su frase preferida, “Niño, ¿cómo estás tú? ¿Y la familia?.…”, todavía me llega de bien cerquita, de cuando el pasado 10 de febrero tuve el placer de que me acompañara en la presentación del libro Medallas al corazón.
Ese día lucía una camiseta de béisbol con los colores de Cuba y su nombre en la espalda. Al entregarle el libro, el Héroe de la República Gerardo Hernández le dijo en franca confianza: “Tú eres nuestro Héroe y por tanto, además, del libro, me tienes que dar un abrazo”. Y con su habitual carisma, sacó la risa y hasta bien pudo cargarlo para enseñarle alguna técnica de judo.
Muchas serían las anécdotas a contar de Estela Rodríguez, fiel oyente de Haciendo Radio y que esperaba los partes del tiempo de los sábados para lavar los fines de semana. Jamás la vi quejarse por alguna injusticia que se cometiera contra ella. Sencilla, humilde, bondadosa y amiga siempre, esta santiaguera nos deja con 54 años cuando más necesitábamos de su ejemplo y de su personalidad en el deporte y en la vida.
Quizás mañana pueda escribir menos dolido y más centrado en lo que signficaste para el judo y para Cuba. Este domingo 10 de abril del 2022 duelen las palabras para una despedida. Coño, Estela, ¡qué difícil no tenerte!