SANTA CLARA, Cuba. – Es sábado al mediodía y desde un balcón se escucha la voz de “¡Agua!” que se va repitiendo de boca en boca por toda la populosa calle, sucedido por un estrepitoso desplazamiento de gente que resguarda su mercancía a puertas cerradas. El aviso solidario ha llegado a tiempo: a lo lejos, casi a seis cuadras, una patrulla se traslada con lentitud inspeccionando una de las arterias principales del reparto que oficialmente se nombra Raúl Sancho, pero que todo santaclareño conoce como El Condado.
Desde las inmediaciones de la Carretera Central hasta dar a la circunvalante se extiende el barrio más pintoresco de Santa Clara, al que le han dedicado temas musicales, documentales, tesis de maestría y novelas de literatura negra. Con frecuencia trasciende en las redes debido a los cacerolazos por apagones, y en YouTube aparece reseñado como uno de los territorios “más peligrosos” de Cuba, aunque en realidad ha sido un calificativo usado a lo largo de su historia para marginalizarlo.
Se cuenta que El Condado debe su nombre a un español con igual título nobiliario que adquirió los terrenos a principios del siglo XVIII, un poco alejados en ese entonces de la plaza central. Más tarde, la benefactora Marta Abreu de Estévez eligió esos dominios para fundar el asilo de ancianos de la calle San Miguel y uno de los cuatro lavaderos públicos al servicio de las mujeres humildes.
Gran parte de los prejuicios infundados sobre este asentamiento provienen de algunas notas de prensa de antaño que hacían referencia a la existencia de los burdeles más famosos del centro de Cuba y la migración de familias enteras desde el lomerío del Escambray. La propia enciclopedia oficial cubana Ecured menciona que “fue abrigo de delincuentes, prostitutas y de los pobres de la ciudad” y que con el advenimiento “del Triunfo de la Revolución fue que recibió los beneficios del cambio social”.
Otro estudio comunitario que data de principios de los años 90 del pasado siglo notifica que eran comunes allí los “delitos de robo con fuerza” al punto de ocurrir de 10 a 12 mensuales y la presencia de bandas que resolvían sus problemas “a machete limpio, con puñaladas y trastazos”. La prensa oficial también ha acotado que se trata de una comunidad signada por “un complejo entramado social” donde conviven muchas “familias disfuncionales”.
Sin embargo, su propia gente menciona que la mala reputación atribuida a El Condado se ajusta más a la máxima de “cría fama y acuéstate a dormir”. También, a cierto desprecio rayano con el racismo o a los prejuicios en torno a las prácticas religiosas afrocubanas, que proliferaron allí en medio del ostracismo forzado de las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo.
En El Condado resulta común a cualquier hora del día escuchar el eco de tambores de una rumba de e