En una entrevista en su casa del área de Belén (Cisjordania ocupada), Muazzaz Abayat relata con lujo de detalles los maltratos físicos y psicológicos que sufrió durante nueve meses de encarcelamiento en prisiones israelíes. Foto: Federico Cué Barberena.
Antes de ser detenido en octubre de 2023, Muazzaz tenía un peso de 100 kilos. Tras nueve meses de encarcelamiento israelí sin cargos ni juicio, perdió la mitad de su peso, ya no puede caminar solo y padece graves secuelas físicas y mentales.
Este joven palestino atestigua las consecuencias de los abusos y golpizas que sufrió en varios centros y prisiones de Israel, que en el último año ha hecho sistemáticas las torturas en su sistema penitenciario, como denuncian otros liberados y ONGs locales.
¿Cómo te encuentras hoy?
Con delicadeza, procuramos que Muazzaz Abayat sea quien haga avanzar poco a poco nuestro encuentro. Cuando lo sienta, lo decida y se vea capaz. Pero la primera pregunta es de entrada un desafío para él.
Aunque ya no está recluido en una celda, este ciudadano palestino de Belén, de 37 años, no puede salir de otra prisión. Los casi nueve meses de golpes, maltratos, humillaciones y violencias diarias que sufrió por parte de las autoridades penitenciarias de Israel le han dejado secuelas difíciles de abarcar.
Sus heridas físicas saltan a la vista. Muazzaz tiene dificultades para caminar, arrastra la pierna derecha y apenas puede flexionarla, y del mismo lado, su mano permanece inmóvil. También se aprecian marcas de unos golpes en la frente y, mientras habla, señala con la mano izquierda las múltiples zonas en las que fue herido: el torso, el abdomen, las piernas, la cabeza…
Casi no hay parte del cuerpo ilesa
Su desoladora imagen del antes y el después recorrió las redes sociales, sobre todo las árabes, como prueba de su “infierno”: pasó de ser un carnicero y deportista aficionado de más de 100 kilos, musculoso, rapado y de barba recortada, a su salida de la prisión en el Néguev, donde vivió sus últimos meses y fue expulsado sin más, dejándolo desorientado y escuálido, pesando solo 54 kilos y con una barba y melena largas y desaliñadas.
Aunque luce algo más recuperado al recibirnos en su casa, su familia no olvida la conmoción de ver a Muazzaz tan demacrado y perdido, al punto de pasar días en el hospital sin reconocer a su padre.
Poco y nada supieron de él durante su encarcelamiento, debido al ostracismo en el que Israel mantiene a los miles de prisioneros palestinos desde el 7 de octubre, prohibiendo las llamadas y visitas familiares, limitando el acceso a los abogados y negando por completo la entrada de organizaciones verificadoras como la Cruz Roja.
Hoy Muazzaz está bajo estricto tratamiento médico y psiquiátrico, solo sale de casa acompañado porque no puede caminar solo y admite que para poder recibirnos tuvo que tomar calmantes.
“Durante el día no puedo ser como me ves”. Eso no impide que recuerde con lujo de detalles lo que padeció en varios centros de detención y dos cárceles israelíes: “No puedo olvidar lo que me pasó”, enfatiza.
“Fue un infierno”
Su pesadilla comenzó como la mayoría de los relatos sobre arrestos de civiles palestinos. En la madrugada del 26 de octubre de 2023, soldados israelíes irrumpieron por la fuerza en su vivienda y lo agarraron mientras dormía junto a su esposa embarazada y sus cuatro hijos.
“Cuando les pregunté por qué me detenían, me dijeron que era un ‘asesino’. Les contesté que habían asaltado la casa de un hombre pacífico”, rememora.
Hasta su liberación el pasado 2 de julio, Muazzaz estuvo bajo detención administrativa, una figura que Israel aplica exclusivamente a los palestinos y con la que los mantiene en custodia sin cargos, sin pruebas conocidas o un juicio justo por un tiempo indeterminado.
Esta práctica se ha disparado en paralelo a sus incursiones por tierra y aire, y las consiguientes detenciones, en Cisjordania ocupada: de los más de 9.900 arrestados en centros penitenciarios israelíes, más de 3.300 es