La existencia de mecanismos alternativos (informales) a los canales oficiales para el intercambio de bienes y servicios es un fenómeno bien documentado en las economías contemporáneas, y los mercados de divisas no son la excepción. Dada su relevancia en sectores clave y su influencia en la política económica, el estudio de los mercados paralelos de divisas ha cobrado gran protagonismo tanto en la literatura económica como en el debate público. Estos mercados no solo impactan a las economías nacionales, sino que también afectan la vida cotidiana de las personas, particularmente en los países en desarrollo, donde su presencia es más marcada debido a una combinación de políticas cambiarias restrictivas y desequilibrios macroeconómicos.
Los mercados paralelos de divisas tienen sus raíces en dinámicas económicas similares a las de otros mercados alternativos. Cuando la demanda de un bien, como las divisas, supera significativamente la oferta, especialmente debido a restricciones o controles impuestos por el gobierno, se crean incentivos para que ese bien se comercie a través de canales informales.
En los últimos años, ha habido un aumento notable en el número de países que exhiben mercados paralelos de divisas, un fenómeno relacionado principalmente con crisis económicas, políticas cambiarias inestables y controles estrictos de capital. Según el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, en 2023 se registraron al menos 28 países con mercados paralelos de divisas activos, incluyendo economías como Argentina, Venezuela, Líbano, e Irán, donde las diferencias entre los tipos de cambio oficiales y paralelos son dramáticas, a veces superando el 600 % .
El patrón geográfico de los mercados paralelos ha cambiado a lo largo del tiempo. Mientras que en los años ochenta y noventa América Latina fue la región más afectada, hoy en día estos mercados proliferan en África, Asia y algunos países de América Latina. Estados como Zimbabue, Etiopía, Myanmar y Líbano encabezan la lista de economías con mercados paralelos altamente distorsionados. La expansión de estos mercados en el último decenio, y especialmente desde 2020, se debe en parte a la crisis económica global provocada por la pandemia de COVID-19, que exacerbó los déficits en la balanza de pagos y desestabilizó las monedas locales, obligando a muchos gobiernos a imponer controles de divisas que, en lugar de aliviar la presión, fomentaron aún más la actividad en los mercados paralelos.
En el caso de Cuba, si antes de la crisis económica de los noventa existía un mercado informal de cambio de dólares (o sus equivalentes), este era marginal y no tenía un impacto sustancial en la vida de las personas o en la economía del país. Sin embargo, la crisis propició su fortalecimiento en momentos en los que todavía era un delito la posesión e intercambio de moneda extranjera. A partir de 1993 se eliminan estas restricciones y al año siguiente se crean las Casas de Cambio (Cadeca S. A.) a través de las cuales el Estado ofreció un mecanismo formal para estas operaciones. No obstante, hay que señalar que en aquellos años las transacciones tenían más que ver con las necesidades de los consumidores, y eran escasos los montos que se redistribuían hacia la actividad productiva (incluso privada) a través de este canal. Durante muchos años, el éxito de estas decisiones se reflejó en la casi inexistencia de un mercado paralelo. A partir de 2018-2019 reaparece un circuito informal, que se refuerza como resultado de la autorización del acceso al comercio exterior por parte del sector no estatal en 2020, y la denominada Tarea Ordenamiento en 2021. Esta última, aunque unificó la moneda y los tipos de cambio, tiene lugar en medio de una aguda escasez de divisas mientras que se mantuvo el régimen de tipo de cambio fijo con una tasa que seguía siendo sobrevalorada para las nuevas condiciones económico-financieras. Debido a la importancia de este fenómeno para la economía cubana, resulta relevante considerar la experiencia internacional reciente y las lecciones que se pueden extraer de otros contextos, en tanto este es un fenómeno que se verifica en muchos países contemporáneos.
¿Cuál es su origen?
La comprensión de las lógicas detrás de los mercados paralelos de divisas comienza con la denominada «trinidad imposible», o el «trilema de la política económica», que es un concepto en macroeconomía que establece que es imposible para un país tener simultáneamente tres políticas económicas clave: una tasa de cambio fija, libre movimiento de capitales, y una política monetaria independiente.
En este sentido, se plantea que solo se pueden lograr a la vez dos de estos tres objetivos. Si las autoridades monetarias intentan mantener un tipo de cambio fijo mientras permiten que el capital se mueva libremente, no podrá tener una política monetaria independiente para controlar la inflación o ajustar las tasas de interés a sus necesidades internas. Por ejemplo, bajo este arreglo, si un país aumenta las tasas de interés para combatir la inflación, los inversores extranjeros podrían inundar la economía con capital en busca de mayores rendimientos, lo que forzaría al banco central a intervenir para mantener el tipo de cambio fijo.
Un ejemplo claro de este dilema ocurrió durante la crisis financiera asiática de finales de los años noventa. Los países de la región intentaron mantener tipos de cambio fijos frente al dólar mientras permitían el libre flujo de capitales, pero cuando la crisis golpeó, la falta de control sobre la política monetaria les impidió reaccionar de manera efectiva, lo que agravó la crisis. Este trilema obliga a los países a tomar decisiones difíciles según sus prioridades. Muchos países optan por flexibilizar su tipo de cambio para mantener control sobre su política monetaria, mientras otros, como aquellos en la eurozona, sacrifican la política monetaria independiente para tener un tipo de cambio fijo y libre movimiento de capitales.
A lo largo de los años, los consensos en torno a la política económica han cambiado considerablemente. Con la suspensión del sistema de Bretton Woods en 1971, que permitió la conversión del dólar por oro a una tasa fija, se inauguró una nueva era en la que se dio mayor prioridad al libre movimiento de capitales y a la política monetaria independiente, sacrificando, en muchos casos, los regímenes de tipo de cambio fijo. Esto marcó el comienzo de un enfoque en el que los bancos centrales podían ajustar las tasas de interés según las necesidades internas de la economía, sin preocuparse por mantener una paridad fija con otras monedas. En este nuevo esquema, muchos países optaron por una mayor flexibilidad en sus tipos de cambio, abandonando la rigidez de los sistemas de cambio fijo. Este enfoque permitió a los gobiernos utilizar su política monetaria como herramienta clave para combatir la inflación y estabilizar sus economías.
Sin embargo, este proceso no se dio como una transición directa de tipos de cambio fijos a flotantes. En la práctica lo que se observa es un amplio espectro de opciones que van desde sistemas completamente flotantes hasta aquellos con intervenciones puntuales, como las bandas cambiarias o los tipos de cambio ad