No es que el vocablo «feminismo» o «feminista» sea monopolio de algún movimiento, política, escuela, ni del Norte ni del Sur global, pero debe observarse también su uso, qué intereses o actitudes revisionistas, comerciales o demagogas pretende afianzar hoy. Entre estos dilemas aparece el cubano, cuando se afirma o discrepa con que la Revolución cubana de 1959 fue feminista o si dicha vocación se mantuvo durante el proceso de institucionalización, restando importancia a algo que particularmente he denominado «emergencia de una conciencia feminista cubana en la historia».
Antes de agotar los aspectos más importantes con relación a esta problemática, debe aclarase que los feminismos —resaltando su pluralidad—, en los marcos de su lucha antipatriarcal y la crítica a los sistemas de dominación múltiple, han realizado, desde diferentes contextos de activismo y enunciación, una propuesta ética de valores universales. Un aporte tan grande, que despojarse de este término para defender lo mismo que su teoría, filosofía, movimiento y formas de resistencia plantean, es un derecho de quienes defienden la integridad de las mujeres y disidencias sexuales a la par del enfrentamiento al imperialismo, el racismo, la xenofobia y otros ejes de poder.
El pensamiento feminista se articula en movimientos populares de diversa índole, incluso, para sorpresa de algunes —ya no tantes—, en la teología y distintas prácticas religiosas. En medio de sus formas revolucionarias de actuar, de desdibujar y reintegrar los límites entre la práctica emancipatoria y la utopía, no todes se hacen al mástil de la palabra «feminismo».
El pensamiento feminista se articula en movimientos populares de diversa índole, incluso, en la teología y distintas prácticas religiosas.
Igualmente, es cuestionable el feminismo de corte liberal que llega con las políticas de mercado, aquel que no se plantea la explotación de la mujer por el sistema capitalista, que aísla al patriarcado del resto de las relaciones de dominación con las que se da la mano, la industria cultural que promueve un feminismo para todes como si el empoderamiento solo quedara en la capacidad de consumo y de vestir como se nos dé la gana, un feminismo soportado en la individualidad, en la ausencia de responsabilidades colectivas, familiares y comunitarias, un feminismo definido por el salario.
Posicionarse en y desde el feminismo parte aguas, incluso dentro de la izquierda marxista, pero pensar el Socialismo o los mundos posibles desde este parangón, desde la oposición antipatriarcal y anticapitalista, resulta vital. Se hace necesario evocar otros sujetos que han quedado disueltos en las luchas sociales detrás de una pretendida universalidad, a propósito de la subjetividad del hombre blanco occidental.
Para subvertir el establishment del orden capitalista, hay que reconocer el ciclo económico completo, la reproducción de la vida —el trabajo de cuidados y el resto de las labores domésticas— como un momento de la producción que favorece la acumulación al quedar invisibilizado por la centralidad