LA HABANA, Cuba. – El debate en torno al tema Cuba se ha vuelto reiterativo y, por lo mismo, banal. No se sale del mismo círculo de opiniones que, a menudo, son tan indecentes, tan inconsecuentes y desconectadas del acontecer nacional, que cualquier amago de ripostar se antoja cuesta arriba, es demasiado desgaste para nada.
Entre el aquí y el allá, la emigración que no se detiene y la crisis que empeora más allá de lo previsible, los caminos para atreverse a hablar de futuro se han estrechado dramáticamente. “El futuro viene de lejos y a rastras”, acota irónicamente una vecina al escuchar algunas imperdonables barbaridades dichas por el albañil que acaba de solucionarle un problema en casa.
El susodicho no es un tipo bruto, se expresa con cierta elocuencia y lo distingue una campechanía que en estos tiempos, en que la tristeza lo devora todo, es difícil de encontrar. Ya se sabe cómo está la cosa, así que no tiene sentido seguir machacando sobre una realidad que “la gente de abajo” no puede solucionar y la “gente de arriba” no quiere solucionar. El problema es que el albañil está convencido de que los que mandan en Cuba están haciéndolo todo mal porque no les queda más remedio, porque “el bloqueo está recrudecido” y “esto con Fidel no pasaba”.
Hay que verlo y escucharlo para entender a quienes afirman que el pueblo cubano tiene lo que se merece, y para cercenar de una vez las esperanzas de los que creen que los humildes, a los que aún se les debe una revolución, van a salir a reclamar sus derechos. Esa “masa” que los optimistas esperan ver desperdigadas por las calles cubanas como las han vi