LA HABANA, Cuba – Yo sin cesar pienso en el huevo; lo evoco en las mañanas y a la hora del almuerzo. Lo extraño también en las comidas, y en los dulces, en esas golosinas que sin huevos se tornan muy amargos aunque no les falte azúcar. Yo extraño al huevo en las mañanas de los más grandes apuros, y me llega en reminiscencias si es que lo supongo ido para siempre.
Yo lo evoco al despertar y también al mediodía, en esa hora del almuerzo, en todas las comidas. Lo quiero en las comidas en las que podría ser servido en ese continente que es un dulce, que sin él se hacen amargas las comidas, aunque no les falte azúcar. Yo lo extraño en la mañana de los mayores apuros, y me llega también en reminiscencias si es que lo creo ido para siempre.
Hasta hoy le he dedicado algunas veneraciones que son sinceras en extremo. Y es que a él se le extraña mucho y desde siempre. Alguna vez, eso se dice, el Huevo fue el mundo todo, pero eso fue hace ya mucho tiempo, en aquellos lejanos días en los que el mundo era mirado desde esa vieja teogonía a la que aún llamamos “órfica”.
En aquellos días se llegó a asegurar, y muy enfáticamente, que el mundo era muy parecido a un huevo. El mundo se miró entonces según viejas creencias, como un huevo gigantesco, un huevo de insospechadas dimensiones; un huevo colosal, un “súper huevo”, un huevo magno. Y al parecer esa teoría ha vuelto a ganar cierta preponderancia y muchísimos adeptos, en Cuba, donde el huevo se hace extraño y visto en solo en sueños.
Y es que ese huevo, al que alguna vez le llamamos salvavidas ha ganado hoy otras consideraciones, incluso genuflexiones. El huevo es hoy nuestra mayor utopía, es nuestra peor pesadilla, la más grande… y yo estoy entre los que se despierta sofocado tras el sueño en el que el huevo se hizo protagonista.
El huevo se piensa tras la decisión de hacer un flan, y se desvanece luego, en la vida despierta. Yo sueño mucho con el huevo que los despertares descomponen. Yo tengo raros sueños con el huevo, y algunos hasta podrían ser trágicos; sueños recurrentes que terminan siendo pesadillas. Yo adoro al huevo y a todo lo que lo contenga. Y tanta es mi afecto que me gustaría dedicarle un monumento alguna vez, lo malo es que no tengo aptitudes para esculpir, ni el cincel consigue maravillas en mis manos.
Mi ineptitud para esculpir me lleva a dibujarlo, y con