La noticia es que el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) ha detenido la investigación sobre los presuntos ataques sónicos, nombrados por el gobierno de ese país como el Síndrome de La Habana, un conjunto de síntomas sufridos por espías, diplomáticos o trabajadores de embajadas estadounidenses cuyos primeros reportes fueron en La Habana y que sirvieron en la época de Trump como excusa para una ruptura diplomática de facto, que vació la Embajada y cerró los servicios consulares, posterior a un esperanzador deshielo con la administración Obama.
Si bien el fenómeno ha sido bautizado con todo tipo de nombre, inicialmente como ataques sónicos, terminó llamándose Síndrome de La Habana, aunque ha sido reportado por 1500 víctimas en 96 países del mundo.
El NIH, la principal agencia del gobierno estadounidense responsable de las investigaciones biomédicas y de interés para la salud pública, suspendió la investigación por conflictos éticos, debido a que algunos de los participantes fueron coartados para participar en la investigación, e incluso condicionados a que solo recibirían asistencia médica si participaban antes en el estudio. La presión supuestamente proviene de la CIA, lo que implica la violación del consentimiento voluntario como condición indispensable para la conducción ética de cualquier exploración científica.
«Ellos querían que fuéramos ratas de laboratorio por una semana antes de obtener tratamiento en el Walter Reed [hospital], eso no es ético y es inmoral, para decir lo mínimo», dijo a CNN el exagente de la CIA y supuesta víctima de las dolencias inexplicadas, Marc Polymeropoulus.
En cualquier caso, ningún estudio hecho por el NIH encontró conclusiones definitivas que causaran los incidentes de salud. Los investigadores observaron los cerebros de personas que alegaban tener síntomas, y a personas que no, y no había diferencias sustanciales entre uno y otro.
Lo que comenzó como incidentes en 2016 reportados en La Habana, y que ha sido una de las tramas más fértiles para la narrativa política anticubana, y para los medios de comunicación que se aprovecharon de una historia de misterio y de más preguntas que respuestas, parece que concluye y resurge a cada rato, como quien levanta a un muerto enterrado.
Expertos cubanos investigaron el ca