Por Sebastián Vera
Juan Ramírez usa toda la fuerza de sus brazos para mover los contenedores plásticos azules de basura hacia él. El hedor es intenso, pero no usa mascarilla. Tampoco tiene guantes. Sin embargo, abre las fundas y toma todo lo que pueda reciclar —papel, plástico, metal, cartón— para colocarlo en su carretilla.
Cuando un contenedor pesa demasiado, Juan da un pequeño salto y mete la mitad de su cuerpo dentro de la estructura para buscar todo lo que pueda tener una segunda vida. En Venezuela fue comerciante; en Ecuador es reciclador y presidente de RECIPRI, una asociación de recicladores venezolanos de la parroquia de Priorato, una localidad a diez minutos de la ciudad de Ibarra, provincia de Imbabura.
Juan tiene 48 años, y de acuerdo con la plataforma de coordinación interagencial para refugiados y migrantes de Venezuela (R4V), forma parte de los cerca de 445 mil venezolanos que llegaron a Ecuador buscando tranquilidad, aunque en los últimos años ya no queda casi nada de la antes llamada “isla de paz”.
Priorato no aparece en ningún letrero de la carretera. Para quienes viven en la ciudad de la sierra norte, Ibarra, la parroquia está marcada por la laguna de Yahuarcocha —que se encuentra a menos de diez minutos de distancia caminando desde su parque central—. La laguna es conocida por los miles de cadáveres que tiñeron sus aguas de rojo hace más de medio milenio a causa de la batalla entre incas y poblaciones nativas. Esta localidad también se conoce por el Autódromo Internacional José Tobar y por sus variados restaurantes de pescado frito.
Caminar por Priorato es entrar a una Bomba en reposo —género musical característico del Valle del Chota, Imbabura—. En las calles de Priorato suena “Caminante soy”, y se repite como mantra: “Vengo en busca de la verdad”. Verdad que para los integrantes de la asociación de recicladores RECIPRI fue posible encontrar en la tranquilidad de Priorato y en su nueva forma de emplearse: el reciclaje.
Juan Ramírez, originario de Cumaná, está al frente de la asociación RECIPRI, y tardó cinco días en ir de Venezuela a Ecuador por transporte directo junto a algunos de sus compañeros. Vive en el país desde hace dos años. “En Priorato soy independiente, trabajo a mi modo. Soy mi propio jefe y no dependo de nadie. RECIPRI fue una oportunidad que se nos presentó. Nos organizamos todos y, gracias a Dios, estamos fortalecidos con la asociación”, dice.
Para Juan, el reciclaje representa algo mejor que un trabajo normal, pero reconoce que necesitan del apoyo de más personas. En sus palabras, vino a Ecuador “a trabajar y esforzarse”.
Según el Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censo (INEC), en 2023, el 62,8 % de los hogares ecuatorianos clasificaron o separaron algún residuo, y el plástico fue el desecho más separado. Sin embargo, aunque hay manejo responsable con este material en particular, los habitantes continúan mezclando residuos como aceites, grasas, medicamentos, insecticidas, cartuchos y tóner al momento de desechar la basura. Por tanto, separarla es una necesidad que genera empleo informal.
La Alianza Basura Cero Ecuador, un grupo de organizaciones sociales y ecologistas, públicas y privadas; academia y personas, que promueven modelos de basura cero, dice que el país produce cinco millones de toneladas de residuos sólidos al año, de las cuales solo el 5 % se recicla.
Aproximadamente veinte mil recicladores y recicladoras de base —trabajadores que reutilizan y comercializan residuos sólidos— recuperan el 50 % de los materiales reciclables que se desechan diariamente en el país.
De acuerdo a Statista, dos millones de personas en América Latina son recicladores de base, es decir, recolectan y separan residuos. Gracias a su trabajo, evitan la emisión de toneladas de gases de efecto invernadero, además de aportar a la sociedad a nivel social, económico y ambiental.
A pesar de su trabajo complejo, valioso y crítico en el desarrollo de estructuras económicas circulares y sustentables, la gran mayoría de recicladores se encuentra en la informalidad, y junto a esto, la desigualdad de ingresos y la falta de normas y regulaciones que les otorgue garantías y mejores condiciones laborales.
Para Mariélyth Díaz, caraqueña de 27 años y residente en Ecuador desde hace tres, la historia de RECIPRI es muy sencilla. Antes de crear la asociación había muchos recicladores, en su mayoría venezolanos. Desde que llegó a Priorato, en 2021, Mariélyth empezó a reciclar porque no tenía empleo y esa fue la opción que consiguió para sostenerse ella y a su familia.