Entre vítores e incertidumbre, se creó la Unión Europea, en noviembre de 1993. Dos años antes se había desintegrado la Unión Soviética, y los países de Europa del Este –llamados socialistas– abandonaron el proyecto y optaron por volver a un sistema capitalista que, como primera opción, revirtió la consecución de los programas sociales antes construidos.
Entonces, las preguntas y los deseos eran si la naciente Unión Europea sería un contrapeso de valor frente al mundo unipolar, liderado por Estados Unidos, que se fortalecía, tras el derrumbe del llamado campo socialista.
Eran 27 países del Viejo Continente que, bajo la premisa de restablecer y fortalecer las economías de Europa, tras los efectos de la Segunda Guerra Mundial, mostraron un empuje inicial que, más tarde, se vería afectado por la importante deserción de Gran Bretaña, y por políticas –y políticos– que prefirieron someterse a los designios de Washington.
El tránsito en más de tres décadas de vida de la Unión Europea marca momentos de sumisión, en los que el imperio del Norte ha arrastrado a la organización a contradicciones inexplicables, como la de montarse en el carro de la guerra en Ucrania, en vez de favorecer la negociación