Buscar nuevas posibilidades para la industrialización y comercialización del coco y sus derivados, a partir de incrementar y rejuvenecer las plantaciones, es parte de una nueva mirada a este cultivo, que no ha sido valorado ni explotado a plenitud.
En Cuba, el coco siempre ha estado ahí, lo vemos, tomamos su agua y desechamos lo que más valor tiene: la copra (masa), la concha y el caparazón, de los cuales internacionalmente se logran diferentes productos, señaló Ramón Ramos, doctor en Ciencias y jefe del Departamento de café, cacao y coco del Ministerio de la Agricultura.
Cambiar entonces el paradigma del coco para que no se deseche nada es una de las proyecciones del programa para ese cultivo, de cara a 2030, con un enfoque de desarrollo sostenible, contemplando todas sus dimensiones: política, social, ambiental y económica.
La literatura científica identifica cuatro partes en la estructura del coco: exocarpio (piel exterior), mesocarpio (fibra), endocarpio (cáscara, corteza dura) y endosperma (pulpa o masa).
Según explicó, a partir de las fibras del coco, en el mundo se producen colchones de muy alta calidad y existen firmas y marcas de mucho prestigio que, procesadas y mezcladas con otros componentes, producen asientos para aviones y automóviles lujosos.
El programa del coco, sostuvo Ramos, acompañado por la dirección del país está conllevando a un cambio de mirada, perspectiva y paradigma en este fruto para impulsar la extracción de aceite -de alto valor y con amplio uso en la cosmetología-, la fibra y el polvillo resultante de la corteza. Este último se emplea como sustrato, de mucha utilidad en los cepellones para la formación de postura, sobre todo en el tabaco, con alta demanda.
Tropiezos en el camino
Baracoa ha sido históricamente la región de mayores producciones de coco. E