Niño con móvil durante clase. Foto: Tomada de NYT.
Isabella Pires notó por primera vez lo que ella llama la “pandemia de apatía gradual” en octavo grado. Solo un puñado de compañeros de clase se inscribieron en proyectos de servicio que ella ayudó a organizar en su escuela de Massachusetts. Incluso, menos se presentaron.
Cuando llegó al noveno grado de la escuela secundaria el otoño pasado, Isabella descubrió que el problema era aún peor: una Spirit Week (Semana del Espíritu) mediocre y clases en las que los estudiantes rara vez hablaban.
En cierto modo, es como si a los estudiantes “simplemente les importara menos y menos lo que la gente piensa, pero también les importara más de alguna manera”, dijo Isabella, de 14 años.
A algunos adolescentes −agregó− ya no les preocupa parecer desinteresados, mientras que otros tienen tanto miedo al ridículo que se mantienen solos. Ella culpa a las redes sociales y al aislamiento persistente de la era posterior a la pandemia de covid-19.
Los educadores dicen que sus planes de lecciones ensayados y comprobados ya no son suficientes para mantener a los estudiantes interesados en un momento de problemas de salud mental, períodos de atención más cortos, asistencia reducida y empeoramiento del rendimiento académico.
¿En el centro de estos desafíos?: la adicción a los celulares. Ahora, los adultos prueban nuevas estrategias para revertir el malestar.
Las prohibiciones de teléfonos celulares ganan terreno, pero muchos dicen que no son suficientes. Abogan por una estimulación alternativa: dirigir a los estudiantes al aire libre o hacia actividades extracurriculares para llenar el tiempo que de otro modo podrían pasar solos en línea. Y los estudiantes necesitan salidas −dicen− para hablar sobre temas tabú sin miedo a ser “cancelados” en las redes sociales.
“Para que los estudiantes se involucren ahora, hay que ser muy, muy creativo”, dijo Wilbur Higgins, profesor de inglés en la secundaria Dartmouth, donde Isabella será estudiante de décimo año este otoño.
Las bolsas para celulares, los casilleros y los contenedores para teléfonos celulares han ganado popularidad para ayudar a hacer cumplir las prohibiciones de utilizar dispositivos.
John Nguyen, profesor de Química en California, inventó un sistema de bolsas porque le angustiaba mucho el acoso y las peleas por celular durante las clases, a menudo sin la intervención de los adultos.
Muchos profesores tienen miedo de enfrentarse a los alumnos que utilizan el teléfono durante las clases −dijo Nguyen−, y otros se han rendido y ya no intentan detener su uso.
En la escuela de Nguyen, los alumnos meten sus teléfonos en bolsas de neopreno durante las clases o incluso durante todo el día. La llave magnética de un profesor o director abre las bolsas.
“No importa lo dinámica que sea la lección”, señaló Nguyen, quien enseña en la escuela secundaria Marina Valley y ahora vende las bolsas a otras escuelas. “No hay nada que pueda competir con el celular”.
Algunas escuelas guardan bajo l