LA HABANA, Cuba. – Un nieto de Fidel Castro se inventa un salto en paracaídas como “gesto de tributo” al abuelo muerto. Lo hace como espectáculo en una playa donde los bañistas contemplan la “proeza” como si fuese una “gozadera” en medio de otro verano de hambre y miseria por todas partes, y solo por eso aplauden, aun cuando siendo 13 de agosto, la mayoría ignora los “verdaderos” motivos del salto así como conocen muy bien que, para los cubanos, hacer paracaidismo como diversión es privilegio de una élite.
Es la misma élite que no necesita ni aval de confiabilidad del Partido Comunista ni permisos especiales del Ministerio del Interior para salir en yate a pescar mar afuera o para subir a una aeronave militar porque se le antoja volar a toda prisa hasta Varadero para un partido de golf o una “comelata” en un festival gourmet. A fin de cuentas, todos esos caprichos de niños ricos y extravagancias personales se justifican y enmascaran en eventos oficiales y hasta en “tributos” y “homenajes” que se dan y reciben al interior de la propia élite.
Es una forma de “justificar” el dinero que derrochan, del erario público que dilapidan, y es, además, una práctica que tanto esa élite castrista como los ajenos a ella, los excluidos (es decir, posiblemente, y siendo muy conservadores, mucho más del 95 por ciento de los cubanos), aceptan como “normal” en virtud de la costumbre, de nuestra capacidad de “aceptación” de ser excluidos, es decir, de esa “hipocresía oficial” que no solo se manifiesta en saltos de paracaídas y campeonatos de golf, sino en todo un sistema de camuflaje que bien pudiera ser la esencia de eso que todavía llaman “Revolución”.
Echando mano a la misma jerga “envolvente” de los comunistas, se trata de disfrazar de “socialista”, de “revolucionaria”, y hasta de “iniciativa política” y “necesidad coyuntural”, lo que pudiéramos llamar sin tanto rodeo “actitud burguesa” o “mentalidad capitalista”, que a fin de cuentas es lo que hay detrás de todo ese teatro donde las ambiciones personales intentan (en vano) ocultarse tras el discurso populista del “bien común”, del “todos somos iguales”.
Así, por ejemplo, las ambiciones de gran terrateniente del otrora guaj