LA HABANA, Cuba. – Después de la interminable y aburridísima cháchara con que una joven locutora “motivó” a los televidentes a esperar y seguir en vivo la llegada de la delegación cubana que participó en los recién concluidos Juegos Olímpicos, descendieron del avión los atletas encabezados por Mijaín López y Erislandy Álvarez, únicos ganadores del título en esta edición, la peor para Cuba desde la cita de México 1968.
Desde días antes, y en casi cada una de las presentaciones de los nacionales, habíamos escuchado a los comentaristas poner el parche sobre el hueco evidente, justificar las carencias y errores, y hacer énfasis en lo “presionados” que lucían algunos deportistas, a pesar de haber alcanzado este mismo año notables resultados en certámenes internacionales.
El machacante triunfalismo de otros años fue sustituido en esta edición por frases como “no se pudo”, “no le alcanzó para más”, “sabemos que es un(a) gran atleta, pero hoy no está en su mejor día” y otros calzos por el estilo, como si el deporte no fuese cosa de perder y ganar, haciendo sentir a los aficionados, en varias ocasiones, que los competidores cubanos fueron una gran decepción.
Tras más de medio siglo finalizando entre los 20 primeros lugares del medallero, Cuba aterrizó en el lugar 32 con dos preseas doradas, una de plata y seis de bronce, muy dignas todas, pero no por ello hay que ignorar lo mucho que ha decaído el deporte profesional en la mayor de las Antillas, ni la inutilidad de cuanto se ha dicho y hecho ―más palabras que acciones, realmente― en los últimos años para tratar de revertir la situación.
Añadido al pobre resultado, durante la ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto Internacional “José Martí”, después de 10 horas de vuelo y cocidos por el calor inmisericorde de agosto, los atletas tuvieron que escuchar, una vez más, la cantaleta del “bloqueo” y